domingo, 8 de diciembre de 2013

La elegancia

Michael Jordan, John Stockton, Tim Duncan, Jordi Villacampa, Dejan Bodiroga, Ricky Rubio y un largo etcétera forman mi lista inacabada de jugadores elegantes. He nombrado solo algunos de los más conocidos pero estos no son, ni de cerca, ni los más numerosos ni los que más aprecio. En mi lista hay muchos chicos y chicas de clubes de autonómica, -por decir una competición.- Ha sido por ellos que me he planteado la noción de elegancia y que he buscado dentro y fuera de mí para poder dar mejores respuestas; así que va también dedicada a ellos esta reflexión.

Cuando pensamos en elegancia, fuera del contexto baloncestístico, suele venirnos  a la cabeza algún personaje famoso vestido con chaqueta y corbata, o quizá con un vestido. No obstante, el término en sí aspira a ser algo menos frívolo… algo más trascendente. Si somos capaces de liberarnos de las frías y oprimentes arenas movedizas del consumismo exacerbado y nos elevamos hasta las mismísimas nubes del conocimiento clarividente de las matemáticas, pronto enteremos que la elegancia es el compendio de eficacia y simplicidad, que parte de los mismos números que encriptan nuestra realidad y se extiende por todas las disciplinas de la existencia. Todo es susceptible de ser elegante.

Para comprender qué significa comportarse de tal forma en una pista de baloncesto debemos traducir los conceptos matemáticos de simpleza y eficacia al lenguaje de la pelota. No obstante, aunque este es el paso que estaréis deseando, no será el primero que daremos. Antes debemos comprender qué significan dichas características en la metodología científica.

Por un lado, el primer término (simple) hace referencia al número de elementos que intervienen en una demostración y el número de axiomas necesarios para su validez. Así, cuanto menor sea el número de elementos más elegante se considera el razonamiento, la teoría o la demostración. También será más elegante en cuantas menos verdades absolutas se apoye.

Por otro lado, comprender la eficacia nos puede presentar más problemas. En definición es la capacidad de conseguir el efecto deseado tras una acción. En las matemáticas es fácil determinar esto. La proposición es eficaz si es cierta, o dicho más profanamente, si el resultado es correcto. Para las acciones humanas este concepto se queda corto, y por eso introducimos la efectividad y la eficiencia. La primera es la capacidad de repetir con éxito las acciones y la segunda es la relación entre la efectividad y el gasto empleado. Es decir, se es más eficiente cuanto menos se necesita para obtener éxito repetidamente. Este gasto puede considerarse desde el económico al energético o el temporal, muy útiles estos dos últimos en la pista de baloncesto.

Así, traduciendo a la cancha, me atrevo a definir al jugador elegante como aquel que resuelve con éxito los problemas técnicos, tácticos e incluso emocionales, empleando para ello un reducido número de elementos (recursos en caso de la técnica y medios tácticos en el caso de lo estratégico) y gastando el menor tiempo y energía posibles. Añado como valor la eficiencia porque la gestión del gasto energético es tan importante como los sub-objetivos tácticos. El que es capaz de no malgastar sus recursos está teniendo con comportamiento eficaz para la consecución de los objetivos finales del juego.

Una vez definida mi concepción de la elegancia, la pregunta es obligada: ¿Es entrenable esta condición? Sin lugar a dudas, sí. Pero esto no quiere decir que todos los jugadores que se muestran elegantes han tenido un entrenador preocupado por explotar la cualidad. Lo que sí tengo seguro es que han pasado por un proceso interno de aprendizaje que anteponía la lógica a la memorización mental y motriz. Y he dicho interno porque, de alguna manera, estos jugadores han conseguido sobrevivir a sus entrenadores.

Por último, un apunte sobre la creatividad en relación con la elegancia. A menudo pensamos que la mejor manera de potenciar la virtud creadora en los chicos es dejándoles hacer las cosas de muchas maneras diferentes. Abrir las posibilidades hasta el infinito y premiar lo novedoso aún lejos de una utilidad práctica. Lo habitual es encontrarse con la idea de que para crear algo nuevo se debe partir de lo ya hecho y añadirle un toque personal. Aunque la combinación, adición y trasferencia son fórmulas válidas en la creación, la simplificación debería ser la más valorada. Cuando queramos influir en el componente creativo de nuestros jugadores retémosles a simplificar nuestras propuestas, a reducir nuestros sistemas hasta su esencia, a resolver los ejercicios-problema con la trampa que nosotros no habíamos previsto. Y valoremos esto como logros, pues lo más difícil es llegar a algo muy simple.

viernes, 25 de octubre de 2013

La Orla Me Cae Encima

La ley LOMCE, que estoy leyendo despacio, es un compendio de párrafos donde la primera frase es correcta, casi obvia, y las sucesivas son falsas. A menudo porque el que ha tenido que dar forma escrita a la idea que ha oído a otros no comprende realmente lo que eso significa. O sea, sabe redactar y eso... pero no conoce a fondo estas palabras: educar, aprender, enseñar.

Otras veces lo que sigue a la primera frase es falso porque tergiversan la verdad para salir beneficiados, ya sea teniendo más control sobre los ciudadanos, ya sea asegurándose la perpetuación del sistema actual.

Por último, lo que más me asusta de este texto, es la clara y descarada forma que tiene de contradecirse. Puede ser dentro del mismo capítulo, del mismo artículo e incluso del mismo párrafo. Evidentemente los autores no consideran dicha contradicción como tal, pero suele ser porque, nuevamente, malinterpretan sus primeras afirmaciones del párrafo. Y donde dicen excelencia y potencial ellos entienden calificación numérica y triunfo personal. Pedagógicamente significan conocimiento personal y exploración de los límites. Y casi todo lo que proponen va en contra de estas dos cosas.


viernes, 11 de octubre de 2013

Las dimensiones del entrenador



El trabajo de entrenador deportivo de formación no está, para nada, bien considerado socialmente. A pesar de ello no pretendo hacer aquí una reivindicación en ese sentido. Tal y como yo lo veo, cuando alguien dice una expresión como la que yo he empleado al comienzo del texto parece insinuar que los culpables de dicho desprestigio sean los componentes de la propia sociedad. Nada más lejos. No creo que se avance nada buscando culpables. Yo quiero reflexionar sobre las causas.

La primera que me gustaría indicar es muy sencilla en su concepto. Hay muchas otras profesiones tan o más trascendentes que tampoco son reconocidas socialmente como deberían. Digamos que si hiciéramos un ranking de popularidad con todos los trabajos posibles, los entrenadores estaríamos en la mitad inferior casi seguro, compartiendo estatus con otras como operadores de telefonía móvil, esteticistas, cajeros o músicos. Y todos ellos pensarán lo mismo que nosotros. Pero no todos podemos ascender. Eso es imposible en un ranking.

La segunda causa, la principal para mí, es el desconocimiento generalizado de la profundidad de nuestro quehacer. A todos os habrá pasado que, en alguna fiesta o reunión, cuando alguien os ha preguntado a qué os dedicáis, la reacción habitual al oír la respuesta sea volver a preguntar ¿Y no haces nada más? Me imagino que la razón de esto tiene que ver con los bajos salarios que habitualmente percibimos o con la idea de que solo entrenamos unas pocas horas al día, frente a las ocho habituales de los trabajadores de verdad. O quizá con una necesidad de realización personal a través del trabajo que no se puede saciar haciendo botar una pelota. En definitiva, la simplificación de nuestra tarea a dinero, horas o tareas.

Yo quiero ofrecer aquí una visión del trabajo de entrenador de formación a partir de las diferentes dimensiones que ocupa ese rol dentro de un equipo. La autopsia que voy a realizar no es la propia ni la de nadie. Es la de quien quiera verse, en parte o en todo.


Entrenador como modelo


Dependiendo de la edad y el momento de maduración de los niños que entrenemos, debemos conocer el papel que juega para su desarrollo el establecimiento de modelos de conducta. En las edades propias del minibasket, infantil y cadete suele darse el tránsito de este modelo de dentro de la casa a fuera de ella. La referencia de conducta hasta ese momento han sido los padres, pero con el comienzo de adolescencia se traslada a un referente similar, adulto, pero alejado de las normas familiares. En los chicos que hacen deporte, su entrenador suele ser un espejo donde mirarse para saber cómo quieren ser ellos. A partir de la edad junior el foco se vuelve a trasladar buscando modelos entre sus iguales. Aquí los líderes del equipo asumen ese papel.





Entrenador como científico


La pista es nuestro laboratorio. Combinamos, dividimos, rediseñamos y construimos. Sometemos a prueba nuestras hipótesis, recalibramos cuando algo no encaja. Creamos nuestras propias teorías y buscamos demostrarlas para poder formularlas como leyes.
Además, los que nos aproximamos a metodologías constructivistas asumimos el reto de dejar entrar a los jugadores en ese laboratorio. Les mostramos el instrumental y trabajamos juntos en inventos inverosímiles. 



Entrenador como estratega


Es evidente que desarrollamos este rol, pero no siempre conocido en qué se fundamenta. Para dominar la estrategia del juego es necesario conocer los elementos que lo componen, las funciones y relaciones entre éstos y tener una opinión crítica sobre cada situación posible. Requiere de control del riesgo y de mecanismos de anticipación. Todo entrenador sabe que para jugar bien no basta con repetir lo que otros equipos hacen. Sabemos de la importancia de rediseñar y adaptar. Somos creadores de estrategias únicas.

Asimismo, nosotros nos encargamos de una parte de las ciencias de la actividad física y el deporte que sirve de base para el resto: la táctica. Ésta suele ser una rama tapada por las demás pero proveniente de la misma semilla que nos define, las reglas del juego. Y quienes la riegan, abonan y trasplantan somos los entrenadores.





Entrenador como equilibrista


Él dirige el autobús del equipo. Normalmente decide el destino, traza la ruta, conduce casi siempre, sobre todo en los tramos de más curvas, y lo más importante, atiende a las necesidades de cada miembro del equipo. A veces basta con hacer algo simple y alguien sale ganando. Otras veces lo difícil es saber qué conviene hacer. La mayoría no siempre tiene la razón y lidiar con las minorías puede ser lo peor. Como en todo sistema, cuando intentamos mejorar las condiciones de uno de los elementos, los otros se ven afectados. Mantener el equilibrio es una destreza que se aprende con los años.



Entrenador como maestro


Quizá por mi retardada y floreciente vocación de aulas he decidido dejar esta dimensión para el final. Quizá también porque era necesario exponer lo anterior para concluir que nuestro papel como educadores es primordial. Tanto por nuestro enganche con los jugadores, como por las posibilidades pedagógicas de la materia que impartimos en las pistas, como por la obligación moral contraída como líderes de un grupo, debemos tomarnos con responsabilidad nuestro quehacer.


La finalidad de la educación es preparar para la vida. Para una vida que no sabemos cómo será. Aprender es una capacidad consustancial al ser humano y la escuela, a veces, no sabe transmitir lo poderoso y apasionante de esta idea. Nosotros, en la cancha, hacemos trivialidades cargadas de moralejas. Pero se necesita una actitud positiva de aprendizaje para aprovecharlas. Conseguir que nuestros jugadores aprendan baloncesto es solo el principio. De normal vamos más allá, lo sepamos o no, cuando les enseñamos algo de historia viendo juntos Gladiator, o les hablamos de la inercia cuando entrenamos las paradas. Leemos pasajes de obras literarias, les preguntamos sobre cuestiones éticas o filosóficas, o les explicamos fisiología cuando se lesionan el tobillo y corremos a por hielo. Les enseñamos, queramos o no, una forma de pensar y un método de aprender, una actitud con la que enfrentarse a los momentos difíciles y una razón por la que estar unidos.   

miércoles, 2 de octubre de 2013

Artículo vintage


En esta entrada he decidido sacar a luz uno de los primeros artículos que escribí hace ahora doce años. Era muy joven y, como mi gran amigo JuanVi me dijo una vez, muy dogmático. Ya me disculpareis.

La razón de ponerlo aquí y ahora no es simple. Quería homenajear de alguna forma el proceso por el que los entrenadores pasamos durante toda nuestra vida deportiva formando nuestro carácter y nuestro estilo. A veces vamos de un extremo al otro del péndulo de la metodología, y sabemos que en el centro está la virtud, pero nadie nos dice nunca dónde queda ese preciado término medio.




1.550 RECETAS DE TARTAS Y DE JUGADORES DE BASKET



Está claro que el título del artículo no es de los más técnicos que se pueda encontrar, pero si estás leyendo estas líneas, habrá cumplido su función. Éste es un texto sencillo donde me gustaría reflejar de forma amena mi concepto personal de lo que es la formación progresiva de un jugador de baloncesto. Además pretendo hacer una crítica a la explotación prematura de jóvenes con el único fin de aumentar el rendimiento del equipo en la competición. He decidido compararlo con una receta culinaria para representar metafóricamente unos aspectos concretos con el fin de hacerlo más gráfico y divertido. Por otra parte he de decir que soy entrenador de baloncesto pero no soy repostero, por lo que puede ser que los detalles de las recetas que exprese no sean del todo “digeribles”, pero es la comparación lo que realmente nos ocupa.


          Empezaremos con alguna idea general sobre la elaboración de tartas. Por ejemplo, los constituyentes del dulce, o sea, los ingredientes, son unos específicos para cada tipo de tarta, en unas proporciones exactas y mezclados en un orden concreto con técnicas muy precisas. Pues bien, estos ingredientes en los jugadores son todas aquellas cosas le forman técnica, táctica, física y psicológicamente. Son diferentes para cada tipo de jugador y su aprendizaje se realiza en un orden concreto y bajo unas técnicas metodológicas adecuadas. Todo esto es sinónimo del principio de individualidad de la metodología. Cada jugador es diferente y por tanto, si queremos que llegue a alcanzar su máximo tendremos que prepararle un plan específico personal (equivalente a la receta propia de cada postre).


          Así, otra metáfora apropiada es: ¿qué hace que una tarta sea buena? En primer lugar, la calidad de sus ingredientes, que no la cantidad de los mismos. Recuerdo ahora una tarta buenísima que hacía mi madre sólo con galletas y chocolate. Y en segundo lugar, la calidad de la preparación, la cual depende del hacedor. Sobre este punto haré mención más tarde. Así mismo, trasladando el ejemplo a nuestro deporte, diré que la calidad de un jugador depende de la calidad de sus conocimientos (no tanto del número de éstos) y de la perfecta integración de los mismos al juego real, la cual está íntimamente relacionada con su proceso de aprendizaje. Es por todo esto que el entrenador tiene un papel fundamental en la formación, ya que es el planificador de las estrategias  a seguir para educar deportivamente y es, en gran medida, transmisor de conocimientos. Nuestro papel como chef en la elaboración de jugadores es decisivo para el sabor final del pastel.


          Volviendo a la idea de la forma de intervención del hacedor, diremos que cuantas más tartas prepare el cocinero, mejor le saldrán las siguientes, siempre y cuando aprenda de sus errores. Es triste pero es así. Cualquier repostero necesita equivocarse en muchas tartas para que le salga alguna bien. Por suerte, aún cuando se cometen errores graves, hay ciertas tartas que sí salen buenas. Éstas, sin duda, sobreviven gracias a la excelente calidad de sus ingredientes.


          La última comparación que voy a plantear es la más esclarecedora y concluyente. Algo que todo cocinero sabe es que la tarta no estará preparada y con su sabor óptimo hasta que no haya concluido definitivamente su proceso de elaboración. El maestro culinario no pretende que el suculento postre sepa bien desde el mismo momento que empieza a confeccionarlo. Él sabe que, aunque lo pruebe mientras lo hace a modo de feed-back, el sabor que se busca no llegará hasta el final, una vez haya reposado, la hayan horneado o congelado. Así, a un jugador no se le puede pedir que cumpla su finalidad (ser productivo, ganar partidos, meter más canastas, etc) hasta que no haya madurado. Un joven no termina nunca su formación, pero sí llega a un punto en el que está mucho más definido. He aquí la idea más importante del artículo. En las edades de formación, lo que hay que perseguir es esto mismo, la formación. Todo entrenador puede aplicar recursos que para aumentar el rendimiento de su equipo de cara a la competición, pero esas estrategias siempre van en detrimento de la formación máxima, a pesar de obtener excelentes resultados a muy corto plazo. En definitiva, si nos saltamos pasos en la elaboración de una tarta, seguramente la terminaremos en mucho menos tiempo, pero su calidad estará claramente disminuida. Buen provecho!!!.
  
Andreu Rodilla
 Alicante a 6 de Marzo de 2001

lunes, 30 de septiembre de 2013

"competitividad bien entendida"


No podría concretar el momento exacto en el que cambié mi concepto de la competitividad. Estoy casi seguro de que fue un proceso de unos pocos años durante los que conocí a ciertos entrenadores que captaron mi atención. Sus convicciones y actitudes hicieron que se despertaran las dudas más existenciales que había tenido hasta la fecha: ¿Era yo competitivo? ¿Era un ganador? Estaba claro que ellos lo eran, y además, que solo querían gente con este perfil en sus equipos. 

Ya en mis primeros años de jugador era capaz de hacer este razonamiento: ser un ganador evidentemente debe significar algo más que ser el que gana siempre, porque mi entrenador pierde los mismos partidos que yo y sí es un ganador y nosotros, en cambio, no. La duda me reconcomía. ¿Qué significaría ser un ganador?

Entre otras muchas averiguaciones que tuve que hacer me propuse comparar en qué éramos distintos mi entrenador y yo durante los partidos, y pronto aparecieron las respuestas. Los dos perdíamos, pero él no se conformaba. Su actitud y la mía cuando fallábamos eran muy distintas. Yo me hundía, él explotaba. Yo pensaba en el error y a él se le encendía la pasión. Todo tenía que ver con las expectativas. Aprendí que un ganador debe afrontar los retos convencido de su capacidad para ganar. CONVENCIDO DE SU CAPACIDAD. Y bajo estas circunstancias, la derrota o el fracaso son sensaciones temporales, que como las nubes de la tormenta, terminan pasando y dejando brillar otra vez la clara convicción de que eres capaz de hacer lo que sea necesario para ganar la próxima vez. Así, mi duda quedó resuelta.

Pero mi sinuoso camino por las tierras de la competitividad no había hecho nada más que comenzar. Ya como entrenador me vi en la necesidad de trasmitir la mentalidad competitiva a mis educandos. Nuevos y grandes retos con los que aun hoy sigo lidiando. No se convence a alguien de que sea más competitivo leyéndole la definición de un diccionario. Posiblemente a ser competitivo se aprende chocando con alguien más competitivo que tú. Chocando y quedando enganchado, como me pasó a mí. Pero no quiero ahondar en este punto ahora.

Sí querría extraer una idea de los párrafos anteriores. Los entrenadores a menudo pedimos a los jugadores que se muestren con una mentalidad que no comprenden bien. Y lo peor es que nosotros, no los entrenadores sino los adultos, tampoco. La competitividad es defendida por unos y criticada por otros. En el mundo empresarial y político parece que la competitividad es el mal sistémico que hace emerger la corrupción y los egos. La gente dice de alguien que es competitivo para referirse a él como un trepa. Curiosamente, cuando se quiere especificar que se trata de una persona tenaz y eficiente se utiliza la expresión “competitividad bien entendida”. ¿Qué significa eso exactamente? ¿Es que saben que la otra acepción está equivocada? No lo creo. Más bien parece que se refieren a una competitividad light, baja en agresividad y 0% de materia tramposa. Como si el energúmeno enfurecido fuera demasiado competitivo… pero yo no creo que se pueda ser demasiado competitivo. Y eso es porque mi competitividad se basa en el mérito, no en la estadística.

No se trata de ganar, sino de merecerlo. Se trata de luchar por merecer ganar. Ganar en puntos, en defensa, en actitud y en cada cosa que importe. Consiste además en reconocer que la derrota es justa si tu rival demuestra ser mejor que tú. Y que una derrota justa conlleva el derecho de revancha. En cambio, que una victoria no merecida obliga a llevar el peso de la duda eternamente y sin opción de redimirse.

Y este modelo de competitividad, que hace convivir el cumplimiento de las reglas y la exploración de nuestros límites, puede y debe ser uno de los valores principales que los chicos deportistas pueden transferir a su vida fuera de las pistas. Su rendimiento académico será óptimo cuando no busquen aprobar sino merecer aprobar. Y no exijan cosas en casa que saben que no merecen. Y en el futuro, como trabajadores, compitan por un puesto de trabajo haciendo méritos y no trampas. Yo solo conozco una forma de competir, luchando por ser el que merezca ganar. Porque no estoy hablando de ganar y perder sino de éxitos y fracasos.

Para concluir, y por si aún quedan dudas sobre la gracia de la palabra competir, que escépticos nunca faltan, añadiré que su origen etimológico es latino, competere, y significa textualmente "esforzarse conjuntamente". La competitividad es el motor principal del aprendizaje, pues nos impulsa a querer ser más de lo que somos a través de lo que nos rodea. Tal y como yo lo entiendo, cuando dos equipos compiten, o cuando dos jugadores entrenan juntos, lo que persiguen es el crecimiento personal, el cual solo es completo si se gana y se pierde, y bajo este prisma no cabe el miedo a la derrota.


lunes, 2 de septiembre de 2013

Viejas glorias


Beltrán No creo que volvamos a vivir una noche así, amigo mío. He tenido grandes partidos, pero ninguno como ese.

Rus Y eso que ya ha llovido desde entonces. Éramos jóvenes y atrevidos. No hemos vuelto a tener otra gloria como esa porque le edad nos ha enseñado a ser aburridos.

Beltrán ¿Qué quieres decir?

Rus No ganamos ese partido por casualidad, Beltrán. Fuimos mejores durante casi todo el tiempo; no les dejamos hacer su juego. Esa fue la clave. ¿Y cómo lo hicimos? Tú lo sabes mejor que yo… arriesgando.

Beltrán - ¡Claro que arriesgamos! No teníamos otra opción de enfrentarnos al todopoderoso Barça, según tus palabras.

Rus Sí teníamos otras opciones. Cualquiera de las que planteamos hoy en día en nuestros equipos. Pero a diferencia de ahora éramos jóvenes y osados. Nos pareció buena idea hacer esa locura.

Beltrán - ¿Nos?
Rus se levantó rápidamente de su sillón y se dirigió al minibar a ponerse otro escocés. Alzó su vaso hacia donde estaba sentado Beltrán ofreciéndose a servirle otra copa.

Beltrán No, gracias. Estoy servido. Me hubiera gustado guardar los vídeos o los papeles del scouting, sabes. Pero soy un desastre. Ya no tengo nada de aquellos años. ¿Tú tienes algo?

Rus No. Ya sabes que no soy de guardar papeles.

Beltrán Ni que lo digas. Ni papeles ni vídeos ni estadísticas.

Rus No fueron las estadísticas las que nos dieron aquel partido. Si fuera por ellas tendríamos que haber perdido de cincuenta puntos por lo menos…

Beltrán ¿De verdad vamos a volver a tener esta discusión ahora? ¡Han pasado treinta años de aquello! Y hasta tú acabas de decir que fue una locura no hacer caso a los datos. Salió bien porque salió bien, pero no le busques argumento convincente.

Rus - ¡Vaya, para no querer hablar del tema has entrado al trapo! Y no salió bien porqué sí. Acertamos en el planteamiento, por arriesgado que fuera. Además, mi argumento no tiene que convencerte a ti, viejo gruñón. Yo sé porque hice lo que hice. Me guie por mi intuición. ¡Ojalá ahora hiciera lo mismo!

Beltrán Una mierda tu intuición. Me había tirado semanas viendo vídeos y recogiendo datos. Hice un estudio de sus puntos débiles que ya quisiera saber hacer mi come-vídeos de ahora. ¿Y tú qué hiciste? Lo tiraste por la ventana. Literalmente.

Rus Jajaja… ¡Ya no me acordaba de eso!... Ejem… em. Estuvo mal.

Beltrán se quedó mirando a Rus durante unos segundos con su famosa mirada de antihéroe enfadado. Luego sacó un hielo de su copa y se lo lanzó a la rodilla.

Rus - ¡Ay! Cabrón, esa es la mala.

Beltrán Lo sé. Mira, lo de tirarlo por la ventana, me da igual. De hecho, me he reído muchas veces contándoselo a otros en plan batallitas. Pero que pasases de mi trabajo, de lo que te decía. No hiciste ni caso. Ni los marcajes, ni las defensas de los bloqueos, ni los sistemas que habíamos entrenado… ¡Todo a la mierda! ¡Tres en zona y dos en ciego! Sin haberlo entrenado. ¡Ole tú!

Rus Los datos no servían de nada. Hablaban del pasado. Ese momento era el presente y no iba a funcionar. Lo sabía.

Beltrán La estadística habla del futuro, Rus. Predice lo que va a pasar y con qué probabilidad.

Rus ¡Ya estamos! El que no quería volver a discutir... Y además, te puedes guardar ese tonito condescendiente. Mira Beli, te lo voy a explicar una vez más, pero si no eres capaz de respetar mi agnosticismo matemático, mejor dímelo ahora y no empiezo.

Beltrán se recostó en el cómodo sillón orejero y guardó silencio por unos segundos.

Beltrán Adelante.


<<< CONTINUARÁ >>>



jueves, 29 de agosto de 2013

Puntos de vista



La historia de Juan

Hoy ha sido un día raro. Clara se ha ido con un pavo de la otra clase y mis padres están súper pesados con que me quieren cambiar la habitación. Además, me han echado del entrenamiento y me han hecho sentir cosas que nunca antes había sentido. Ahora no sé si estoy bien o mal, ni si toda esta mierda ha servido para algo. Creo que lo del equipo es lo que más me jode.

Todo ha empezado en el vestuario, antes de entrenar. Miguel y Carlos estaban fanfarroneando mientras recordaban el partido de antes de ayer y han empezado a mofarse de mi mecánica. Como si yo no supiera que lo que tienen es envidia de que yo meta más triples que ellos… Son muy críos.

Luego ha empezado el entreno y todo ha ido bien durante casi una hora. Hemos hecho ejercicios en media pista al principio y yo me he puesto en el lado donde no estaban estos dos. Pero luego hemos hecho contrataques y partiditos y hemos vuelto a chocar. En mitad de un contrataque Miguel ha dejado de jugar y se ha venido a por mí gritando. Estaba loco y en plan agresivo. Hasta me han salpicado sus babas cuando me ha chillado a un palmo de distancia. Yo le he empujado un poco y le he dicho que de qué iba. Enseguida se ha achantado. Luego ha llegado Fredi y nos ha separado. Yo creía que le iba a echar del entreno, pero para mi sorpresa, nos ha juntado a todos y ha empezado en plan sermón… Y para colmo, cuando termina me mira y me dice “Juan, creo que no estás en las mejores condiciones para entrenar. Dúchate y mañana hablamos”. Me ha dejado roto.


La historia de Miguel

¡Día de locos! Tengo la sensación de haber vivido hoy una de esas cosas que no olvidaré jamás. Y todo gracias a Juan. Aunque él no lo sepa, creo que hoy nos ha hecho vivir algo muy especial.

Quiero hablar con él y explicarle lo que ha pasado. Creo que piensa que le tengo manía o algo, pero en realidad me cae de puta madre. A veces se pone así, como hoy, distraído y pasota, pero en general es muy buen compañero. Siempre ayuda al que ve más chafado y yo hoy he intentado lo mismo con él, pero creo que se ha llevado otra impresión.

Sé que he actuado fuera de la norma hoy, pero creo que Fredi está orgulloso de mí. ¡Lo estoy hasta yo! He conseguido hacer una de esas cosas que siempre nos cuenta en las charlas. Todo eso que dice sobre responsabilizarse del entrenamiento y hacer lo que podamos por enriquecerlo. Además, he tenido la sangre fría de pensármelo bien. Juan llevaba ya media hora empanado, sin esforzarse y pasándose por el forro los sistemas. ¡Si hasta Pancho lo superaba con facilidad! Supongo que habrá tenido alguna movida hoy en casa o con Clara, pero eso no es excusa. Yo sabía que tenía que hacer algo para remediarlo, para que el entrenamiento mejorase. Para mí, la pasividad es altamente contagiosa, y si no se ataca pronto puede producir una epidemia. Así que le he pegado una bronca en medio de un ejercicio. Se lo he explicado claro y alto, para que no tuviese dudas de que era algo importante para mí. 

Quería que supiera que yo ya no me conformo con cualquier entrenamiento. Fredi me ha hecho ver lo divertido que es vivir algo entregándose sin frenos. Y además me ha dado la confianza para expresar lo que pienso. Y si junto esas dos cosas y hago lo que creo que es mejor para el equipo, pasa lo que ha pasado hoy. En el fondo creo que es lo que él estaba deseando que pasase, aunque seguro que mañana actúa como si nada. Es su estilo.


La historia de Fredi

Adoro mi trabajo. Cada día es diferente, nada se repite aunque todo se parezca y a menudo dedico un rato a divertirme jugando a encontrar las diferencias. Por cierto, ¿os he dicho que mis chicos son geniales? Lo son. Ahora veréis lo que me ha pasado hoy.

Uno de mis jugadores ha sabido detectar un problema que no era evidente, luego ha valorado las opciones que tenía sobre cómo actuar en el problema, posteriormente ha tomado una decisión arriesgada y por último ha actuado en consecuencia. Lo increíble no es que haya seguido este proceso, que es casi natural. Lo apasionante es el argumento que le ha llevado a eso. Ha sabido anteponer los intereses del grupo a los suyos propios y los de algún amigo suyo. Miguel sabía que él saldría perdiendo al increpar a Juan, y que este podría salir peor aún, pero ha creído conveniente romper con lo que estaba pasando y actuar de forma libre. Yo definiría su estilo como psico-punk.

Sé que tendré que hablar con Miguel sobre sus formas, pero me parece un tema menor al lado del gran logro que el equipo ha conseguido. Cuando les he pedido que se explicaran después del altercado, Juan seguía en estado de shock y no ha sido capaz de dar un argumento convincente. Miguel, en cambio, estaba cargado de razones, pruebas, argumentos y pasión. Joder, cuando le ha dicho que no estaba dispuesto a permitirle que no diera su máximo por el equipo, casi…

He pensado que lo mejor para Juan era que no siguiera entrenando. Sé que él pensaba que iba a echar a Miguel por gritarle así, como hice con Marcos, pero esta vez era muy distinto. Juan solo era capaz de dar argumentos sobre él, lo injusto que era todo y el respeto que merecía. Estaba frustrado y no era capaz de pensar en los demás y de empatizar con Miguel. Si hubiese seguido entrenando la cosa solo podría haberse puesto peor. Esta misma noche voy a llamarle y a preguntarle cómo lo lleva. Según me han dicho parece que ha discutido con su novia también. Pobre chico, día duro.

sábado, 17 de agosto de 2013

Acepta el reto


Ven, juega conmigo, acepta el reto.

Vamos, enfréntate a mí y supérame.

No lo tienes tan difícil; solo has de entregarte por completo, solo tienes que darlo todo. Pero si es eso lo que te preocupa, debes escucharme atentamente porque algo no has comprendido bien.

No hay nada de complejo en darlo todo, no hay forma de fallar; pues ese todo es lo que eres, cuando lo miras y cuando no. Y nada de lo que te rodea forma parte de tu todo, solo tú. Y si vuelves a pensar en tus miedos, en lo que te frena para llegar a tu máximo, te darás cuenta que ninguno es parte de ti. Lo que te asusta es no llegar, o no atreverte, o no saber… y en cambio, de lo que yo te hablo es de ti, y ni tus pretensiones ni tus dudas ni las cosas que no sabes forman parte de ti. 

Vamos, mírate. Tienes mucho y lo puedes ofrecer a los demás. Y lo mejor es que lo que tienes y das, nunca lo pierdes; al contrario, lo aseguras.

Ven y entrégate, descúbrete, enséñate a los demás. Acepta el reto y supérame, con todo lo que tengas, que así el fallo no es derrota sino impulso y la victoria es solo el principio de la siguiente batalla.

miércoles, 7 de agosto de 2013

Deformando en valores. ¿A qué jugamos?


Creo que es posible educar en valores mediante nuestro deporte. Pero no voy a hablar de todo lo externo al propio juego, como el cumplimiento de horarios, la higiene o el comportamiento sino que propongo una reflexión sobre a qué jugamos y qué transmitimos con ello. 

Para educar en valores desde el propio juego debemos empezar por uno de los más importantes y que, al igual que sucede con todos los demás, debe empezar en el entrenador para que llegue a los jugadores. La RESPONSABILIDAD entendida como valor puede quedar como un término demasiado amplio y ambiguo, pero me refiero en este caso a la obligación moral adquirida al entrenar a un equipo, al liderar a un grupo de personas. El entrenador es el responsable no sólo de la seguridad de su grupo sino también del aprovechamiento del su tiempo. No creo que dé igual elegir jugar con uno sistema u otro. Debemos saber que el estilo de juego que propongamos (o impongamos, eso va por gustos) va a transmitir unos valores u otros, y que tenemos la responsabilidad de conocerlos en profundidad y decantarnos.

No me estoy refiriendo a si los bloqueos son seriados o simultáneos, horizontales o verticales… me refiero al fondo, al porqué de ese sistema. ¿Elegimos jugar así para ocultar nuestros defectos? En ese caso, ese es la actitud que les vendemos a nuestros jugadores. ¿Elegimos teniendo en cuenta la progresión de los chicos? El mensaje que recibirán será muy diferente. Además, todo el tiempo dedicado a perfeccionar el sistema será provechoso para nuestros liderados. No les podemos engañar con falsos futuros de gloria y reconocimientos. Querer ganar es consustancial al deporte y no rehuyo de ello, pero debemos ser responsables en la tarea encomendada y no utilizar el equipo para satisfacer nuestras ansias de triunfos. Ninguna felicidad producida por un ascenso, podio, metal o titular de prensa durará tanto como la de ver a los chicos crecer y hacerse fuertes, en músculo y en valores.

Elijamos aquel escenario de juego que le permita al jugador desarrollarse, con retos asequibles y constantes, donde el juego crezca a la vez que ellos. Las soluciones a las situaciones se deberán ir complicando conforme la pericia de los chicos aumente, y nosotros deberemos estar presentes en cada pequeño paso que den para alejar nuevamente la meta, para que siempre tengan que ser un poco más de lo que son.

Por mi experiencia, los sistemas de juego cerrados, entendiendo éstos como los que tienen definido el inicio, el proceso y la solución preferida, no permiten a los jugadores hacer la andadura que arriba he comentado. Al menos no sin haber pasado por otros lugares antes. El juego por conceptos, entendido como la sucesión de varias pequeñas situaciones que se resuelven mediante normas generales, es un acercamiento al modelo que busco. Entre otras ventajas tiene la libertad de decisión por parte de los jugadores de qué solución tomar, pues las normas solo sirven para provocar nuevas acciones y depende de la lectura del jugador asumir riesgos o no. No obstante, sigue tratando el juego como una sucesión de acciones organizadas y dirigidas, pero carentes de ese algo más que hace crecer al jugador en su comprensión de la lógica interna. O sea, mejorará su resolución de los movimientos propuestos gracias al entrenamiento, pero no trasferirá esos aprendizajes a otras situaciones.

Los sistemas de intenciones son una herramienta muy efectiva si lo que pretendemos es que los jugadores exploren y creen. La cremallera, el carretón o el flex son sistemas de acciones. Se definen casi como una ruta a seguir. Son una concatenación de acciones que sabemos que favorecen los desmarques. Pero, ¿sabemos por qué? ¿Sabemos qué ventajas consiguen cada uno de ellos? ¿Lo saben los jugadores? ¿Saben por qué toca jugar cuernos o qué es lo que estamos buscando con ello? José Luis Abaurrea definía el baloncesto como un deporte de invasión que va de la intención a la acción. Yo entiendo por esto que los jugadores deben saber que lo que queremos es un tiro debajo del aro antes de mandar jugar un bloqueo directo y quejarnos de que la continuación se ha abierto, o que habiendo continuado dentro y estando en ventaja, el balón no le ha llegado. En un sistema de intenciones se trazan objetivos estratégicos, como por ejemplo, vaciar la zona de ayudas para poder acabar en penetración, y luego, con el día a día de los entrenamientos, se van creando posibles secuencias de acciones que consiguen dicho objetivo. Cuanto más corta y simple sea la cadena de acciones, mejor, por lo que es necesario ejecutarla con la constante actitud de cumplir con la intención propuesta, leyendo cada respuesta del rival y ajustando las acciones siguientes. El entrenamiento se convierte en un laboratorio para los jugadores, donde tanto el bloqueo directo como los cortes, postes bajos o reparto de espacios son elementos a combinar y manipular con el fin de obtener un resultado previamente anticipado.

Soy consciente de lo complejo que podría ser cimentar el juego entero de un equipo en los sistemas de intenciones. Otros aspectos no tan románticos nos imponen que el equipo debe tener herramientas desde el primer día para afrontar las competiciones. Y es totalmente cierto. Pero, volviendo al inicio y al valor que nos ocupa, como líderes tenemos la responsabilidad de decidir a qué dedicaremos los minutos que los jugadores nos dan. Y debemos saber combinar todos los recursos de los que disponemos para dicho fin. Creo que no nos vendría mal a ninguno revisar nuestras ideas para la próxima temporada y decantar la balanza hacia los jugadores si es que no lo estaba.

sábado, 20 de julio de 2013

Partiendo de cero III. Reflexiones sobre el riesgo



El riesgo no es un concepto simple. Pertenece al conjunto de los componentes tácticos y no podemos aislarlo de los otros para entrenarlo de forma analítica. Del mismo modo que sucede con el equilibrio o el ritmo en la técnica, el riesgo está presente en cada contenido táctico, en cada decisión que se toma y su control, muy a pesar de los entrenadores, podría depender más de mecanismos inconscientes que de planes estratégicos. ¿Esto quiere decir que no podemos mejorar dicho aspecto en nuestros jugadores? No creo. El hecho de que, ante una situación del juego que se produce a mucha velocidad y tensión, los jugadores decidan la mayor parte de sus acciones sin reflexión previa no quiere decir que esas respuestas estén fuera de control. Más bien están interiorizadas. Se trata de un  proceso muy profundo en el aprendizaje: la automatización.


Antes de continuar me gustaría distinguir este proceso de otro que puede llevar a confusión: la repetición. Este último es un recurso metodológico, con sus conocidos pros y contras, pero el primero es un proceso mental, simple en la idea pero complejo en su ejecución, por el que se asocian un conjunto de estímulos concretos a una respuesta determinada. Y si bien es cierto que la repetición puede ser de gran ayuda para la automatización de respuestas tácticas, no es ni de cerca el recurso metodológico más importante para su desarrollo. Entre otros, yo destacaría la variabilidad y el número de escenarios propuestos para resolver las tareas y la calidad y forma de la evaluación de las decisiones tomadas mediante la discusión en grupo y/o con el entrenador.


Volviendo al hilo sobre la automatización del control del riesgo, parece determinante para su evolución el número de vivencias anteriores que los jugadores han tenido en las mismas condiciones, entendiendo por éstas la distribución de espacios y jugadores, el tanteo y el crono, las sensaciones individuales y colectivas, las directrices del entrenador, la presión ambiental, etc. Algunos de estos parámetros son fácilmente reproducibles en los entrenamientos, pero otros requieren del juego vivo. Esto quiere decir que, en cualquier caso, la mejora en el control del riesgo requiere mucho tiempo. Al menos una mejora profunda y duradera que nazca de la autogestión del jugador.


Por otro lado, la comprensión profunda de la lógica interna de cada situación a nivel conceptual puede ayudar mucho a los jugadores a favorecer la automatización de sus respuestas. Enfrentándome a los conocidos reproches que se le hacen a las pausas largas durante los ejercicios, entiendo que en el aprendizaje la ocasión lo es todo. Y comprender total y lúcidamente, hasta con capacidad para explicarlo por uno mismo, la construcción lógica de una situación táctica, relacionando sus elementos y valorando las alternativas, me parece más productivo que el control de los aspectos condicionales. Sobre todo en el caso de jugadores no profesionales y cuyo rendimiento no es un imperativo. Así pues, precisaremos de los jugadores y de nosotros mismos una actitud crítica y analítica siempre presente en los entrenamientos, donde parar y resolver dudas sea natural. Un ambiente que valore el error como la ocasión de iluminar algo que antes estaba oscuro y que causaba miedo. Una inquietud constante ante la reflexión y el cuestionamiento de lo establecido.


Por último, y para apoyar mi apuesta por el entrenamiento cognitivo, me gustaría invitaros a que os preguntéis quién o quiénes de vuestros equipos son los que mejor control del riesgo tienen y quién o quiénes son los que mejor podrían hacer el papel de entrenador. Es posible y yo creo que probable, que en ambos casos sean los mismos jugadores. Y en la situación que estamos donde el baloncesto profesional se está reduciendo por minutos, me parece una elección inteligente terminar de enfocar el entrenamiento de nuestro deporte hacia lo que desde un principio fue, un pasatiempo y una forma de enseñar a pensar.


miércoles, 5 de junio de 2013

Boultrachet

A veces escribo porque sé de lo que hablo. Otras, porque no entiendo nada. Sé que escribo cosas que callo y no sé muy bien hablar de lo que escribo, pero últimamente, cuando me leo a mí mismo, no recibo el regalo que envolví con mi escrito. Y eso no es lo peor, pues las palabras rezuman el hedor de lo furtivo y me asusta no saber quién dijo lo dicho.

domingo, 2 de junio de 2013

Carta abierta a los jugadores, sobre la creatividad.


Los jugadores soléis tener la creatividad mal entendida. A menudo pensáis que cuando un entrenador os pide que seáis capaces de resolver de forma creativa, lo que os está queriendo decir es que optéis por hacer aquello que no es habitual. Que podéis saliros de la norma, por así decirlo. Y creo que nada más lejos.

En mi opinión, el papel de la creatividad está, por necesidad, subordinado al de la estrategia. El qué conviene que suceda es la premisa principal sobre la que determinar todas las actuaciones. Las dificultades que surjan para cumplir el objetivo deben ser afrontadas y resueltas, ahora sí, de forma creativa.

Así pues, si queréis saber cómo explotar vuestra creatividad y ponerla al servicio del equipo, deberéis haceros estas tres preguntas constantemente, ya sea en el campo de entrenamiento o en los partidos, ¿qué hemos dicho que queremos que suceda?, ¿qué problemas estamos encontrando para conseguirlo? ¿Qué se me ocurre a mí para resolverlo? Y no, no solo será creativo el que responda de forma novedosa a la última pregunta. En las respuestas a las dos primeras surge también la oportunidad. Revisar los objetivos y las dificultades puede ser una buena forma de ayudar.

Los entrenadores sabemos, o deberíamos saber, que no tiene sentido ordenaros ser creativos en una jugada determinada, en medio de un partido, y sin que antes hayáis dado muestras de dicha capacidad. También sabemos que la creatividad, a pesar de ser lucidez, no funciona como una bombilla que puedas encender y apagar. La mayoría sabemos reconocer la creatividad cuando la vemos pero eso es porque el acto creativo nos parece tal cuando lo sucedido no cumple con nuestras expectativas, y como los entrenadores cobramos por tener expectativas, pues viene todo dado. Pero la mayoría de nosotros no somos capaces de dar una buena definición de CREATIVIDAD. Sabemos reconocerla, sus características, y en el mejor de los casos, crear escenarios y ambientes donde cultivarla, pero no sabemos cómo funciona. Lo que en el fondo queremos decir cuando os pedimos que seáis creativos es que os sintáis seguros para tomar las decisiones que se presenten. Ni más ni menos.

Un saludo.


Un entrenador. 

lunes, 6 de mayo de 2013

Partiendo de cero II. El concepto de riesgo.


En esta entrada quiero comenzar el análisis de la lógica del juego por lo más básico que se me ocurre. ¿En qué consiste jugar bien al baloncesto? Unos dirían que en ganar. Otros que en desarrollar un juego efectivo a la vez que vistoso. Todas ellas respuestas perfectamente válidas, pero más propias de un tuit que de un blog, así que trataré de ahondar más. Jugar bien, realmente bien, para mí exige un conocimiento profundo de unos pocos hechos muy simples.

Para empezar, los elementos que conforman el propio juego. Estos son los jugadores, el terreno y las canastas, el balón, el reglamento, el árbitro y los oficiales de mesa… Además podemos añadir como elementos estructurales el tiempo y el espacio, fundamentales para el desarrollo estratégico. Como veis, el entrenador, así como el público, los padres y la prensa, quedan fuera de lógica interna. Si bien es cierto que el papel del entrenador, influyendo en su equipo durante los partidos, podría ser considerado intrínseco al juego. Yo prefiero excluir su parte, en parte, para redimir mis pecados de tiempos muertos…

Superado el primer hecho del juego, sus elementos, nos disponemos a comenzar la andadura de sus roles, o funciones, o mejor aún, de cómo los distintos elementos antes vistos se relacionan entre sí. El reglamento define los principales nexos entre dichos elementos. Así, establece en su artículo 1.1

El baloncesto lo juegan dos (2) equipos de cinco (5) jugadores cada uno. El objetivo de cada equipo es encestar en la canasta del adversario e impedir que el equipo contrario enceste.

A este primer artículo subyace la idea de oposición, así como la de cooperación. Asimismo establece los roles básicos de ataque y defensa y fija los objetivos originarios de cada rol. No obstante, en las reglas de juego no se definen estos papeles (ataque y defensa) explícitamente a pesar de que sí haga uso de ellos en la descripción de varias reglas. Damos por sentado que atacante es todo jugador del equipo que tiene el control de la pelota. Su objetivo es encestar en la canasta del adversario. Y para ello necesita conservar la posesión de dicha pelota. Al menos el tiempo necesario para poder hacer un lanzamiento a canasta. Podríamos decir que en el rol de ataque tenemos un objetivo ofensivo (anotar) y otro defensivo (conservar). Además, estos dos objetivos están íntimamente relacionados con sus equivalentes defensivos. Por un lado, el equipo que no está en posesión del balón debe impedir que el adversario anote, como reza el artículo 1.1, pero además, debido al 1.3 donde se define quién gana, querrá recuperar la posesión para poder anotar. El nexo es evidente. Cuando un equipo quiere anotar, el otro concentra sus esfuerzos en evitarlo. Por el contrario, cuando un equipo quiere recuperar la pelota, el otro se aplica para protegerla. Además, la relación no acaba ahí, porque como en una balanza, cuanto más esfuerzo pone un equipo en conseguir su objetivo ofensivo, más descuidado deja el defensivo. Viceversa también. Podríamos denominar riesgo a cómo de ofensivos o defensivos nos mostramos.

Para trabajar esta idea con los jugadores, yo les presento una escala del riesgo que va de 0 a 10, donde 0 es poner todo el esfuerzo en el objetivo defensivo (en ataque conservar y en defensa proteger) y 10 es todo puesto en anotar o en recuperar la posesión (objetivos ofensivos). Y se puede trabajar mediante cualquier ejercicio en el que haya oposición. Puede ser una pregunta rápida, a mitad de la tarea, que les sirva de pie para replantearse las estrategias. ¿Qué nivel de riesgo os interesa ahora? El número que den no será lo importante, sino la reflexión que le siga. De esta manera nos aseguramos que los jugadores están familiarizados con una gran idea de la lógica interna de este juego: Para conseguir ganar debes tener entre tus objetivos que el equipo contrario no consiga los suyos, y para eso deberás interpretar sus acciones e intenciones. Intentar recuperar el balón cuando esté desprotegido y no atacarlo cuando lo esté nuestra canasta. Parece fácil pero no lo es.


Cuadro realizado por M. Lajo y A. Rodilla para el proyecto de EEMM de baloncesto de Denia, año 2003.

Será motivo de otra entrada analizar qué variables son relevantes en el control de dicho riesgo. Espero vuestros comentarios y críticas.

sábado, 4 de mayo de 2013

Partiendo de cero I. La toma de decisiones.



        Empecé a entrenar con 14 años. Un par de años antes había conocido al que fue la razón de mi oficio, David, mi entrenador. Para mí los primeros años fueron como una explosión de conocimientos. Cada día aprendía conceptos nuevos, palabras técnicas y ejercicios imposibles. Casi todo tenía que ver con el juego, con la técnica y la táctica, términos confusos para mí en aquel momento. Como si de un saqueo postapocalíptico se tratase, yo entraba en los entrenamientos de los demás a quedarme con todo lo que me abarcase. Como si no fuese a verles entrenar nunca más. Para mí, aquellos sabios tenían bibliotecas enteras dentro de su cabeza y yo sólo estanterías vacías. No necesitaba un criterio para seleccionar la información. Todo era nuevo. Todo iba para adentro.

        Con el paso del tiempo y el ejercer de mi función fui llenando mis propias librerías. Organizando aquellos conocimientos, como si anduviera por los pasillos de mi biblioteca, fui descubriendo la necesidad de organizarlo todo por categorías. Cada vez que aprendía algo nuevo sentía la necesidad de relacionarlo con todo lo demás. Quería encontrarle un sitio donde alojarlo dentro de la ciudad de mis ideas. Creé una sala para los sistemas, otra para los gestos técnicos, los aspectos psicológicos, la condición física... 

        Estas salas han sufrido numerosas reformas a lo largo de mi experiencia. He tirado tabiques, he separado estancias, todo un sinfín de reorganizaciones mentales que siguen en perpetuo cambio. Pero fue a raíz de conocer a otro de mis gurús cuando descubrí algo nuevo que iba a cambiar mi concepto compartimentado del saber baloncestístico.

Alfredo hizo que me diera cuenta, entre otras muchas cosas, del papel que juega la metodología en todo esto. Hasta ese momento esta parcela era sinónimo de ejercicios, sesiones o formas de trabajar. Pero la convivencia con este genio y el contacto directo con su trabajo me reveló el verdadero potencial organizador del método. En esencia, la metodología debe ser el eje vertebrador del aprendizaje técnico-táctico. Todo lo que se puede hacer en una pista está relacionado con el resto de los elementos. Todo está conectado y la mejor manera de llegar a jugar de forma eficaz es conocer esas conexiones y saber avanzar por la ruta que nos marcan. Estoy hablando de la toma de decisiones como elemento diferenciador en la metodología a emplear.

        No pretendo aquí discutir el papel de la ejecución técnica o la importancia de la percepción y la evaluación. Todo ello es consustancial al hecho táctico y, evidentemente, su mejora tendrá efectos positivos en el rendimiento en el juego. Pero yo apuesto por la toma de decisiones como centro del sistema porque, bajo la perspectiva del baloncesto de formación, el conocimiento de la lógica interna del juego no limita las capacidades de los practicantes. De hecho, las potencia. Será necesario un profundo conocimiento de sí mismo y un apropiado razonamiento lógico, pero ningún jugador quedará excluido del juego por sus características personales. Y no olvidemos que el fin último de la mayoría de entrenadores de baloncesto es hacer que el juego sea lo más disfrutable y enriquecedor posible para nuestros jugadores.

      Así, la lógica interna del juego fue el segundo regalo más grande que este mi maestro me dio.  Para conocer el primero tendrás que releer Cartas a mi entrenador, volumen 1.

       

lunes, 29 de abril de 2013

Con los años nos hacemos más feos


Pues eso, que para mí que lo simple y preciso es bello y lo complicado es fealdad pura y dura, con los años nos hacemos más feos. Cuanto más niño eres, más simples son tus valores, y por eso es más fácil sentirse bien con lo que se hace. Cuando nos hacemos mayores, las opciones se multiplican y las posibilidades de chocar con nuestros propios principios nos hacen sopesar, reconsiderar y hasta recular. Hace poco yo consideraba estos verbos virtudes. Últimamente no tanto.

Cuando estoy entre adolescentes me doy cuenta de que la ética sobre su realidad es bastante simple. Carece de recovecos ni calles sin salida. Cabe explicar que a lo que aquí me refiero no tiene nada que ver con la aparente complejidad de su vida emocional. La viveza de la adolescencia es, en esencia, la erupción del desarrollo emocional y por tanto prevalece el desequilibrio. Esta situación de emocionalidad efervescente no tiene base cognitiva, y aunque sí se relacione con ella, no interfiere en la construcción de un modelo del bien y el mal. En cambio, la ética y la moral sí son de origen cognitivo (para algunos metacognitivo). Encuentran su razón de ser en la filosofía y más concretamente en los pensamientos humanistas, dónde el ser humano es la pieza fundamental de la existencia. La ética actúa como mapa para la vida. Como catálogo de consulta para la toma de decisiones. Todos tenemos uno diferente, lo utilicemos a menudo o no. Y este libro de fórmulas, cuando se es adolescente, tiene muy pocas páginas. Pero es totalmente operativo. No falta nada imprescindible. Cubre todas las facetas de la vida, aunque no ahonde en detalles.

Por eso me gusta tanto hablar y negociar con los adolescentes. Todo es más simple. Todo es mejor. Al menos mientras no se interaccione con el complicado mundo adulto. Esto podría resultar paradójico, pues mi función consiste en ayudarles a madurar e incorporarse a ese mundo adulto. Pero yo veo mucha diferencia entre cooperar para que reproduzcan modelos que tienen a su alrededor y ayudarles a llegar a ser mejores personas, aprendiendo, por ejemplo, a consultar su propio cuaderno de ética (para los que me conocéis, no se trata de un cuaderno real…) antes de tomar decisiones importantes. O tratar de mejorar su confianza en sus capacidades. O a pensar estratégicamente. Pero no quiero ayudarles a engrosar su código ético con adaptaciones para el “mundo real”. No trato de prevenirles de la “gente mala”. Cada uno tiene su cuaderno y en él escribe lo que le place.