sábado, 20 de julio de 2013

Partiendo de cero III. Reflexiones sobre el riesgo



El riesgo no es un concepto simple. Pertenece al conjunto de los componentes tácticos y no podemos aislarlo de los otros para entrenarlo de forma analítica. Del mismo modo que sucede con el equilibrio o el ritmo en la técnica, el riesgo está presente en cada contenido táctico, en cada decisión que se toma y su control, muy a pesar de los entrenadores, podría depender más de mecanismos inconscientes que de planes estratégicos. ¿Esto quiere decir que no podemos mejorar dicho aspecto en nuestros jugadores? No creo. El hecho de que, ante una situación del juego que se produce a mucha velocidad y tensión, los jugadores decidan la mayor parte de sus acciones sin reflexión previa no quiere decir que esas respuestas estén fuera de control. Más bien están interiorizadas. Se trata de un  proceso muy profundo en el aprendizaje: la automatización.


Antes de continuar me gustaría distinguir este proceso de otro que puede llevar a confusión: la repetición. Este último es un recurso metodológico, con sus conocidos pros y contras, pero el primero es un proceso mental, simple en la idea pero complejo en su ejecución, por el que se asocian un conjunto de estímulos concretos a una respuesta determinada. Y si bien es cierto que la repetición puede ser de gran ayuda para la automatización de respuestas tácticas, no es ni de cerca el recurso metodológico más importante para su desarrollo. Entre otros, yo destacaría la variabilidad y el número de escenarios propuestos para resolver las tareas y la calidad y forma de la evaluación de las decisiones tomadas mediante la discusión en grupo y/o con el entrenador.


Volviendo al hilo sobre la automatización del control del riesgo, parece determinante para su evolución el número de vivencias anteriores que los jugadores han tenido en las mismas condiciones, entendiendo por éstas la distribución de espacios y jugadores, el tanteo y el crono, las sensaciones individuales y colectivas, las directrices del entrenador, la presión ambiental, etc. Algunos de estos parámetros son fácilmente reproducibles en los entrenamientos, pero otros requieren del juego vivo. Esto quiere decir que, en cualquier caso, la mejora en el control del riesgo requiere mucho tiempo. Al menos una mejora profunda y duradera que nazca de la autogestión del jugador.


Por otro lado, la comprensión profunda de la lógica interna de cada situación a nivel conceptual puede ayudar mucho a los jugadores a favorecer la automatización de sus respuestas. Enfrentándome a los conocidos reproches que se le hacen a las pausas largas durante los ejercicios, entiendo que en el aprendizaje la ocasión lo es todo. Y comprender total y lúcidamente, hasta con capacidad para explicarlo por uno mismo, la construcción lógica de una situación táctica, relacionando sus elementos y valorando las alternativas, me parece más productivo que el control de los aspectos condicionales. Sobre todo en el caso de jugadores no profesionales y cuyo rendimiento no es un imperativo. Así pues, precisaremos de los jugadores y de nosotros mismos una actitud crítica y analítica siempre presente en los entrenamientos, donde parar y resolver dudas sea natural. Un ambiente que valore el error como la ocasión de iluminar algo que antes estaba oscuro y que causaba miedo. Una inquietud constante ante la reflexión y el cuestionamiento de lo establecido.


Por último, y para apoyar mi apuesta por el entrenamiento cognitivo, me gustaría invitaros a que os preguntéis quién o quiénes de vuestros equipos son los que mejor control del riesgo tienen y quién o quiénes son los que mejor podrían hacer el papel de entrenador. Es posible y yo creo que probable, que en ambos casos sean los mismos jugadores. Y en la situación que estamos donde el baloncesto profesional se está reduciendo por minutos, me parece una elección inteligente terminar de enfocar el entrenamiento de nuestro deporte hacia lo que desde un principio fue, un pasatiempo y una forma de enseñar a pensar.