jueves, 13 de febrero de 2014

Me aburre entrenar



No es la competición lo que hace que en los partidos se aprenda más. Son las emociones que provoca lo que ayuda a aprovechar mejor la vivencia. Las emociones son el pegamento de la memoria y la competición está cargada de ellas. Pero, ¿por qué? ¿Qué características tiene el hecho competitivo en general y el partido en particular que lo hace tan emocionante? Bien, dependiendo de nuestras referencias podríamos decantarnos por aspectos socio-culturales, psicológicos, biohistoricistas o incluso futboleros.  Yo, por considerarme un mero oyente de esta clase que llamamos cultura, me quedaré con lo más básico y evidente: lo que hace emocionante cada partido es que siempre es diferente. Siempre cambia lo que pasa. Nunca sabes qué sucederá ni cómo te influirá. Es por esto que las rutinas de equipo son primordiales. Ofrecen puntos fijos a los que cogerse para ganar seguridad, coger aire y seguir avanzando por el incierto camino.

Los entrenamientos, en cambio, parecen no despertar la misma inquietud, y de ahí que se suela decir que entrenar es importante, pero que donde realmente se aprende es en el partido. Pero, si analizamos bajo el mismo prisma básico que antes lo que sucede en la pista de lunes a viernes, nos damos cuenta de que no hacemos el mismo uso de la rutina que los fines de semana. En los entrenamientos la rutina es la base, no una herramienta, y tampoco suplimos la falta de incertidumbre de no contar con un equipo rival. Todo lo contrario, nos basamos en la repetición más o menos táctica de situaciones, queriendo que con la iteración el aprendizaje se consolide. A veces esta rutina de base viene marcada por la economía de esfuerzos del entrenador. Otras veces por la malinterpretación del verdadero significado de la planificación. Pero si el entrenamiento es monótono, sea cual sea la causa, solo tiene un culpable: el entrenador.

Impregnar de emociones cada día de baloncesto, sea o no “#gameday”, es más una utopía que una realidad posible para este colectivo tan misceláneo al que pertenezco. Pero si hay una profesión en la que se está obligado a luchar por un sueño es la de entrenador. Debemos tratar de ser originales y aportar a los entrenamientos algún edulcorante emocional. No tener miedo a cambiar lo que aburre o a pedir ayuda a los jugadores para que personalicen su entrenamiento. Y en los ejercicios, durante el juego, creemos entornos creíbles, emocionémonos con los éxitos y los fracasos de cada jugador y valoremos la calidad frente a la cantidad de repeticiones. No son fórmulas mágicas. De hecho, son solo las pequeñas rutinas de equipo a las que me agarro cada día para ver qué pasa hoy en el entreno. Puede que sea el director de la película, pero mis guiones son abiertos.