lunes, 19 de enero de 2015

Adentrándose en la madriguera

Un recurso habitual que empleo con los jugadores cuando trato de explicarles ideas un poco complejas es hacerles ver la diferencia entre mirar el baloncesto como espectador y como practicante. A menudo muchos conceptos del juego se entienden de manera radicalmente opuesta desde estos dos puntos de vista. Por ejemplo: al elegir una pareja en un entrenamiento para jugar un 1x1, una persona no deportista tendería a emparejarse con alguien más débil que él; o con alguien a quien conoce perfectamente. Esta elección facilita ganar la competición, destacar en el entrenamiento y, ante los ojos de un neófito, contar con más oportunidades en los partidos. En cambio, cuando conoces mejor las funciones del entrenamiento, comprendes que ganar el 1x1 no demuestra que se esté haciendo un buen entrenamiento. Aprender, descubrir los errores propios y superarlos, avanzar cubriendo objetivos… esto sí es entrenar bien. Elegir un adversario que sea un reto es el primer paso para darle sentido al ejercicio. Así, suelo decir a mis jugadores que el entrenamiento es una como una burbuja, en la que dentro suceden cosas que atienden a unas reglas nada evidentes para los de fuera. Conocer estas normas que son perfectamente lógicas para los de dentro es, en mi opinión, parte de los primeros objetivos del baloncesto de formación. Yo lo llamo técnica de entrenamiento y durante los primeros meses que entreno a un grupo, suelo preocuparme más por este aspecto que por el propio juego.

Otro ejemplo: cuando alguien roba el balón en medio campo y se va sin defensas delante hacia la canasta y cualquier jugador del otro equipo que esté lejos no tiene ninguna opción de llegar a tiempo a defender esa bandeja. La decisión sabia para algún espectador podría ser no desgastarse corriendo y quedarse en el sitio esperando la siguiente posesión de ataque. Al fin y al cabo, ¿para qué cansarse yendo a una defensa a la que no se va a llegar a tiempo? Nuevamente, desde dentro tenemos otra perspectiva de la misma realidad. Para empezar, las bandejas se pueden fallar. La probabilidad es baja pero la posibilidad es real, y no conviene confundir estos dos conceptos. Además, la energía que “desperdicia” un jugador no es solo suya. Pertenece al total de la energía de la que dispone el equipo para jugar el partido, y no es su competencia gestionar este parámetro; al menos no cuando influye en los niveles de desgaste de los demás. Dicho de otra forma, si el balance finalmente se culminase y hubiera que defender la canasta, hacerlo con menos jugadores exigirá más trabajo por parte de los que estén implicados. Y correr el riesgo de defender con dos o con cinco es decisión del entrenador. Por último pero no por ello menos importante (siempre quise decir esta frase con verdadero sentido), existe el pacto no verbal entre los jugadores. Si eres deportista de equipo asumes todo lo anterior con naturalidad y entiendes que bajar a defender un imposible con todo lo que tengas sirve para ganarte la confianza de tus iguales; para reforzar más las soldaduras de la maquinaria. Un equipo necesita tener dogmas que ninguno se plantee individualmente; que acuerden que debe ser así para todos y siempre. En este último apartado el entrenador juega un papel secundario. Él puede proponer estos dogmas y justificarlos a su manera, pero son los jugadores los que deben asumirlos como propios de forma sincera y profunda.