domingo, 8 de diciembre de 2013

La elegancia

Michael Jordan, John Stockton, Tim Duncan, Jordi Villacampa, Dejan Bodiroga, Ricky Rubio y un largo etcétera forman mi lista inacabada de jugadores elegantes. He nombrado solo algunos de los más conocidos pero estos no son, ni de cerca, ni los más numerosos ni los que más aprecio. En mi lista hay muchos chicos y chicas de clubes de autonómica, -por decir una competición.- Ha sido por ellos que me he planteado la noción de elegancia y que he buscado dentro y fuera de mí para poder dar mejores respuestas; así que va también dedicada a ellos esta reflexión.

Cuando pensamos en elegancia, fuera del contexto baloncestístico, suele venirnos  a la cabeza algún personaje famoso vestido con chaqueta y corbata, o quizá con un vestido. No obstante, el término en sí aspira a ser algo menos frívolo… algo más trascendente. Si somos capaces de liberarnos de las frías y oprimentes arenas movedizas del consumismo exacerbado y nos elevamos hasta las mismísimas nubes del conocimiento clarividente de las matemáticas, pronto enteremos que la elegancia es el compendio de eficacia y simplicidad, que parte de los mismos números que encriptan nuestra realidad y se extiende por todas las disciplinas de la existencia. Todo es susceptible de ser elegante.

Para comprender qué significa comportarse de tal forma en una pista de baloncesto debemos traducir los conceptos matemáticos de simpleza y eficacia al lenguaje de la pelota. No obstante, aunque este es el paso que estaréis deseando, no será el primero que daremos. Antes debemos comprender qué significan dichas características en la metodología científica.

Por un lado, el primer término (simple) hace referencia al número de elementos que intervienen en una demostración y el número de axiomas necesarios para su validez. Así, cuanto menor sea el número de elementos más elegante se considera el razonamiento, la teoría o la demostración. También será más elegante en cuantas menos verdades absolutas se apoye.

Por otro lado, comprender la eficacia nos puede presentar más problemas. En definición es la capacidad de conseguir el efecto deseado tras una acción. En las matemáticas es fácil determinar esto. La proposición es eficaz si es cierta, o dicho más profanamente, si el resultado es correcto. Para las acciones humanas este concepto se queda corto, y por eso introducimos la efectividad y la eficiencia. La primera es la capacidad de repetir con éxito las acciones y la segunda es la relación entre la efectividad y el gasto empleado. Es decir, se es más eficiente cuanto menos se necesita para obtener éxito repetidamente. Este gasto puede considerarse desde el económico al energético o el temporal, muy útiles estos dos últimos en la pista de baloncesto.

Así, traduciendo a la cancha, me atrevo a definir al jugador elegante como aquel que resuelve con éxito los problemas técnicos, tácticos e incluso emocionales, empleando para ello un reducido número de elementos (recursos en caso de la técnica y medios tácticos en el caso de lo estratégico) y gastando el menor tiempo y energía posibles. Añado como valor la eficiencia porque la gestión del gasto energético es tan importante como los sub-objetivos tácticos. El que es capaz de no malgastar sus recursos está teniendo con comportamiento eficaz para la consecución de los objetivos finales del juego.

Una vez definida mi concepción de la elegancia, la pregunta es obligada: ¿Es entrenable esta condición? Sin lugar a dudas, sí. Pero esto no quiere decir que todos los jugadores que se muestran elegantes han tenido un entrenador preocupado por explotar la cualidad. Lo que sí tengo seguro es que han pasado por un proceso interno de aprendizaje que anteponía la lógica a la memorización mental y motriz. Y he dicho interno porque, de alguna manera, estos jugadores han conseguido sobrevivir a sus entrenadores.

Por último, un apunte sobre la creatividad en relación con la elegancia. A menudo pensamos que la mejor manera de potenciar la virtud creadora en los chicos es dejándoles hacer las cosas de muchas maneras diferentes. Abrir las posibilidades hasta el infinito y premiar lo novedoso aún lejos de una utilidad práctica. Lo habitual es encontrarse con la idea de que para crear algo nuevo se debe partir de lo ya hecho y añadirle un toque personal. Aunque la combinación, adición y trasferencia son fórmulas válidas en la creación, la simplificación debería ser la más valorada. Cuando queramos influir en el componente creativo de nuestros jugadores retémosles a simplificar nuestras propuestas, a reducir nuestros sistemas hasta su esencia, a resolver los ejercicios-problema con la trampa que nosotros no habíamos previsto. Y valoremos esto como logros, pues lo más difícil es llegar a algo muy simple.