martes, 8 de julio de 2014

¿Tú qué entrenas más, la táctica o la técnica?


El otro día estaba teniendo una charla de basket con compañeros entrenadores en un campus de verano cuando, entre reflexiones y opiniones, anécdotas y controversias, surgió la pregunta ancestral más debatida de la historia por los entrenadores de formación. Sí, esa. Da igual cómo la formulemos. Como decía la canción, “hay mil maneras de llegar al infierno”. ¿La técnica antes que la táctica? ¿Se pueden dividir la táctica y la técnica? ¿Qué es la táctica y qué la técnica? Todas estas opciones son habituales, aunque vistas así, todas juntas, parezcan más un guion escrito por el maestro José Luis Cuerda.

En aquel momento apenas pude encontrar un modo claro de expresar un montón de inquietudes que tengo al respecto. Muchas más preguntas me gustaría haber podido plantear y cruzar opiniones. Pero lo bueno de las charlas para gente como yo es que las ideas se quedan rebotando en la cabeza y pueden generar un debate interno, posterior al externo, y útil igualmente. Y en esas estamos. Pero si quiero responderme todas esas preguntas necesito dar un rodeo y olvidarme de las dos palabras (técnica y táctica) al menos por unas líneas. Me hago una cuestión que ya debió ser planteada por alguien antes del surgimiento del primer entrenador del primer deporte. ¿Cómo se juega a esto? Ojala la respuesta fuera tan simple como la pregunta.

Lo principal para empezar a responder es no olvidarnos de que todas las acciones conscientes que las personas realizan, incluidas las que se hacen jugando, están englobadas dentro del mecanismo de procesamiento de la información. Este consta de tres fases que se ejecutan en un orden concreto e inalterable. Las podemos exponer aquí denominándolas de forma algo simplista así: percepción, decisión y ejecución. Además, tenemos una cuarta fase con unas características muy especiales. La evaluación se lleva a cabo al finalizar el proceso de las tres fases, proporcionando un conocimiento del resultado. Pero también se desarrolla paralelamente al mismo analizándolo y fiscalizándolo, por así decirlo. Entendido esto, la clave está en no olvidar que toda acción del juego también debe llevarse a cabo dentro de este modelo y que nuestra forma de organizar los contenidos puede basarse en él.

Hasta ahora creo haber sido descriptivo. Ahora me posicionaré en algo (guiño, guiño para mi amigo Lolo). Cuando hago mis planteamientos tácticos, mi planificación semanal o mi sesión de técnica individual, no pienso en ello desde el esquema de esos dos conceptos (temporalmente olvidados). Sí los uso para comunicarme con otros o para plasmar mis ideas pero tengo claro que el aprendizaje no está parcelado de esa forma. Yo busco aquellas situaciones de nuestro juego que creo que son ricas pedagógicamente. O sea, aquellas que, en función del nivel del practicante, suponen un desafío estimulante. Busco la zona de desarrollo próximo del jugador sin atender a recetarios ni fórmulas mágicas. Trato de ordenar los escenarios en función de la dificultad de su objetivo final y los presento a los jugadores para que los exploren en una primera fase. En Minibasket puede tratarse de un juego que consista en llevar la pelota del punto A al punto B. En junior, saber sacar ventajas de las desorientaciones de un defensor durante un bloqueo indirecto. Lo importante del asunto es que centro el trabajo en la fase de decisión, y a partir de ella, evalúo, junto a los jugadores, nuestra forma de jugar, priorizando el trabajo en aspectos de percepción, de ejecución, volitivos o actitudinales en función de los resultados de esa evaluación permanente.

Para mejorar la percepción me gusta emplear juegos muy abiertos, que a simple vista no se parecen al baloncesto, pero que realmente se asemejan en la demanda perceptiva, ya sea por tener estímulos similares, en la misma proporción o de parecida intensidad. Cuando nos enfocamos en aspectos de las ejecuciones motrices, me gusta ir desde las habilidades básicas al trabajo de técnica individual analítico en 1x0. Me encanta esta última situación porque se reduce a la esencia, escatima en distracciones y puede desarrollar enormemente la imaginación de los jugadores.

En cuanto a la fase de decisión, mis estrategias son más variadas. Para empezar tengo unas dinámicas establecidas en los equipos que ayudan a que los jugadores se sientan libres para tomar decisiones. Empiezan con cosas fuera de la pista pero pronto esa seguridad y el sentimiento de grupo afectan a la forma de jugar. Creo que es muy difícil tener un equipo que juegue de forma inteligente, que sea creativo en las soluciones y que decida correctamente en los momentos de presión si están dirigidos bajo un régimen dictatorial que cree que la disciplina es sinónimo de uniformidad y univocidad. Y sí, sigo hablando de baloncesto. Para que sean buenos decidiendo deben sentirse libres para equivocarse, y para esto deben ser aceptados en sus diferencias.

En cuanto a las tareas que potencian la toma de decisiones, creo que son las que deben estar mejor adaptadas al grupo y al individuo. Me gusta crearlas cada vez casi desde cero. Suelen ser situaciones-problema donde el número de jugadores, las distancias entre ellos, las normas de movimiento y el objetivo final pueden variar para amoldarse al equipo. Yo ofrezco un escenario inicial, unas reglas de juego y una meta a conseguir. El cómo hacerlo depende de los jugadores. La estrategia es un concepto simple que nace en los jugadores, no en los entrenadores. Nosotros debemos optimizarla. Pensamos que poner un bloqueo es un contenido de nivel 5 pero todos hemos jugado de niños en el recreo en una pista con cuatro partidos más y entonces ya los usábamos.

Una vez más repito que en todos los trabajos que hagamos en pista se estarán produciendo las tres fases del procesamiento de la información permanentemente, pero que por sus características propias, unas tareas pueden ser más interesantes que otras para potenciar ciertas partes del mecanismo. Asimismo, antes he comentado que trato de ordenar mis enseñanzas en función de la dificultad de los objetivos. En una entrada anterior ya comenté sobre estos objetivos del juego y sobre la idea que surgía como resultado: el riesgo (aquí tenéis el enlace por si queréis revisarlo). Creo firmemente que el manejo del riesgo debe estar en manos de los jugadores durante los ejercicios y el juego real. Trabajar a diario por mejorar la decisión de cuánto de ofensivo se puede ser en cada momento es una garantía de aprendizaje constructivista. No es fácil porque es necesario que nosotros, los entrenadores, seamos los primeros que cambiemos el foco de atención de las ejecuciones a las decisiones, y que evaluemos a partir de ellas la percepción y el movimiento.