jueves, 2 de abril de 2015

Mira lo que sé hacer

<<< Sobre cómo un reto puede ser más útil que cien ejercicios >>>



Con vuestro permiso, voy a retrotraerme veintitantos años. Por aquel tiempo yo era infantil de primer año y vivía mi primera temporada en el que luego sería el club de mi corazón: Carolinas.

Recuerdo que mi entrenador, David Córdoba, nos proponía retos casi sin querer. En el rato de peloteo previo a comenzar los entrenamientos, él solía coger un balón también. Hacía sus tiros, sus botes y sus trucos. La musa de la imitación se paseaba por aquel patio de luces, despertando un instinto en casi todos nosotros. Allí tuve el primer picorcillo detrás de la nuca al ver un movimiento que quieres saber hacer. Sentí la envidia que te empuja a pensar ese a ver si yo también puedo…

Uno de esos retos en particular lo tengo grabado a fuego. Seguramente porque David ya se preocupaba en aquel momento de fijar nuestros recuerdos con un pegamento muy especial a base de emocionina y pasionina. El reto en sí no tenía mucho adorno; era simple y poderoso. Había que cruzarse la pista con solo dos botes.

El movimiento comenzaba lanzándose el balón al tablero y saltando a coger el rebote. Había que caer ya orientado hacia la otra canasta, y desde ahí, por supuesto sin hacer pasos, salir en bote lanzado -pero sin perder el control del balón- y tras dos amplios botes dar dos poderosas zancadas para terminar en bandeja. Él lo hacía sobradamente, incluso explicando al mismo tiempo que botaba que la clave no era la velocidad. Nosotros, torpes aprendices, no bajábamos de cuatro o cinco botes.

La temporada fue pasando y algunos jugadores pudieron entrar en el selecto grupo de los tres botes. Siempre que podíamos nos retábamos unos a otros midiendo nuestro dribling en carrera. Para el final de la temporada, prácticamente todos podíamos cruzar el campo con solo tres botes y no habíamos dedicado ejercicios de las sesiones a entrenarlo. Quizá algún día suelto, pero no metódicamente. En cambio, fuera del estructurado entrenamiento, buscábamos huecos del campo y momentos de pausa-para-beber de otros entrenamientos para entrar a probar.

Y es que para nuestro cerebro resulta mucho más atractivo repetir una acción cuando hay una intención detrás. Es así como nos lo explica la neurociencia actualmente, y es así como lo llevamos viendo por años en las canchas. La crítica que se le hace a las metodologías tradicionales no debe centrarse en las propias repeticiones sino en la separación de lo motriz y lo mental; en la repetición vacía, disociada de la intención.

Cuando los objetivos son tácticos o estratégicos, este proceso mental asociado al movimiento es evidente, aunque no siempre el entrenador permite a los jugadores expresarlo. En cambio, cuando nos referimos a objetivos técnicos (coordinativos puros), donde la toma de decisiones es obviada con el fin de centrarse en el aprendizaje motor, es conveniente aportar un extra al movimiento que demande de actividad mental. Esto es: RETARLES. Fijar metas a corto y medio plazo que permitan al jugador ser consciente de su progreso a través de observables. Evidentemente, como todo objetivo planteado, debe partir de las necesidades individuales del jugador y tener en cuenta sus posibilidades actuales y potenciales… O no. Porque en aquel patio del que os hablaba, no había prácticamente nada de constructivismo. Casi no se había ni inventado. En cambio, sí había algo especial. Eran los últimos años de los tiempos en los que, además de entrenar, también se jugaba sin más. Donde se sabía que el baloncesto no nace en los entrenadores, sino en los que juegan, y que mirándolos de cerca se aprende mucho.

La imitación es la primera forma y más poderosa de aprendizaje que desarrollamos. Más tarde llegará el aprendizaje por descubrimiento y por último, siendo la menos eficaz, el aprendizaje por transmisión verbal. Y por lo que sabemos, no hay más formas de aprender. Y tú, ¿cómo enseñas? ¿Y cómo aprendes?