miércoles, 7 de agosto de 2013

Deformando en valores. ¿A qué jugamos?


Creo que es posible educar en valores mediante nuestro deporte. Pero no voy a hablar de todo lo externo al propio juego, como el cumplimiento de horarios, la higiene o el comportamiento sino que propongo una reflexión sobre a qué jugamos y qué transmitimos con ello. 

Para educar en valores desde el propio juego debemos empezar por uno de los más importantes y que, al igual que sucede con todos los demás, debe empezar en el entrenador para que llegue a los jugadores. La RESPONSABILIDAD entendida como valor puede quedar como un término demasiado amplio y ambiguo, pero me refiero en este caso a la obligación moral adquirida al entrenar a un equipo, al liderar a un grupo de personas. El entrenador es el responsable no sólo de la seguridad de su grupo sino también del aprovechamiento del su tiempo. No creo que dé igual elegir jugar con uno sistema u otro. Debemos saber que el estilo de juego que propongamos (o impongamos, eso va por gustos) va a transmitir unos valores u otros, y que tenemos la responsabilidad de conocerlos en profundidad y decantarnos.

No me estoy refiriendo a si los bloqueos son seriados o simultáneos, horizontales o verticales… me refiero al fondo, al porqué de ese sistema. ¿Elegimos jugar así para ocultar nuestros defectos? En ese caso, ese es la actitud que les vendemos a nuestros jugadores. ¿Elegimos teniendo en cuenta la progresión de los chicos? El mensaje que recibirán será muy diferente. Además, todo el tiempo dedicado a perfeccionar el sistema será provechoso para nuestros liderados. No les podemos engañar con falsos futuros de gloria y reconocimientos. Querer ganar es consustancial al deporte y no rehuyo de ello, pero debemos ser responsables en la tarea encomendada y no utilizar el equipo para satisfacer nuestras ansias de triunfos. Ninguna felicidad producida por un ascenso, podio, metal o titular de prensa durará tanto como la de ver a los chicos crecer y hacerse fuertes, en músculo y en valores.

Elijamos aquel escenario de juego que le permita al jugador desarrollarse, con retos asequibles y constantes, donde el juego crezca a la vez que ellos. Las soluciones a las situaciones se deberán ir complicando conforme la pericia de los chicos aumente, y nosotros deberemos estar presentes en cada pequeño paso que den para alejar nuevamente la meta, para que siempre tengan que ser un poco más de lo que son.

Por mi experiencia, los sistemas de juego cerrados, entendiendo éstos como los que tienen definido el inicio, el proceso y la solución preferida, no permiten a los jugadores hacer la andadura que arriba he comentado. Al menos no sin haber pasado por otros lugares antes. El juego por conceptos, entendido como la sucesión de varias pequeñas situaciones que se resuelven mediante normas generales, es un acercamiento al modelo que busco. Entre otras ventajas tiene la libertad de decisión por parte de los jugadores de qué solución tomar, pues las normas solo sirven para provocar nuevas acciones y depende de la lectura del jugador asumir riesgos o no. No obstante, sigue tratando el juego como una sucesión de acciones organizadas y dirigidas, pero carentes de ese algo más que hace crecer al jugador en su comprensión de la lógica interna. O sea, mejorará su resolución de los movimientos propuestos gracias al entrenamiento, pero no trasferirá esos aprendizajes a otras situaciones.

Los sistemas de intenciones son una herramienta muy efectiva si lo que pretendemos es que los jugadores exploren y creen. La cremallera, el carretón o el flex son sistemas de acciones. Se definen casi como una ruta a seguir. Son una concatenación de acciones que sabemos que favorecen los desmarques. Pero, ¿sabemos por qué? ¿Sabemos qué ventajas consiguen cada uno de ellos? ¿Lo saben los jugadores? ¿Saben por qué toca jugar cuernos o qué es lo que estamos buscando con ello? José Luis Abaurrea definía el baloncesto como un deporte de invasión que va de la intención a la acción. Yo entiendo por esto que los jugadores deben saber que lo que queremos es un tiro debajo del aro antes de mandar jugar un bloqueo directo y quejarnos de que la continuación se ha abierto, o que habiendo continuado dentro y estando en ventaja, el balón no le ha llegado. En un sistema de intenciones se trazan objetivos estratégicos, como por ejemplo, vaciar la zona de ayudas para poder acabar en penetración, y luego, con el día a día de los entrenamientos, se van creando posibles secuencias de acciones que consiguen dicho objetivo. Cuanto más corta y simple sea la cadena de acciones, mejor, por lo que es necesario ejecutarla con la constante actitud de cumplir con la intención propuesta, leyendo cada respuesta del rival y ajustando las acciones siguientes. El entrenamiento se convierte en un laboratorio para los jugadores, donde tanto el bloqueo directo como los cortes, postes bajos o reparto de espacios son elementos a combinar y manipular con el fin de obtener un resultado previamente anticipado.

Soy consciente de lo complejo que podría ser cimentar el juego entero de un equipo en los sistemas de intenciones. Otros aspectos no tan románticos nos imponen que el equipo debe tener herramientas desde el primer día para afrontar las competiciones. Y es totalmente cierto. Pero, volviendo al inicio y al valor que nos ocupa, como líderes tenemos la responsabilidad de decidir a qué dedicaremos los minutos que los jugadores nos dan. Y debemos saber combinar todos los recursos de los que disponemos para dicho fin. Creo que no nos vendría mal a ninguno revisar nuestras ideas para la próxima temporada y decantar la balanza hacia los jugadores si es que no lo estaba.

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