Pues eso, que para mí que lo simple y preciso es bello y lo complicado es fealdad pura y dura, con los años nos hacemos más feos. Cuanto más
niño eres, más simples son tus valores, y por eso es más fácil sentirse bien
con lo que se hace. Cuando nos hacemos mayores, las opciones se multiplican y
las posibilidades de chocar con nuestros propios principios nos hacen sopesar,
reconsiderar y hasta recular. Hace poco yo consideraba estos verbos virtudes.
Últimamente no tanto.
Cuando estoy
entre adolescentes me doy cuenta de que la ética sobre su realidad es bastante
simple. Carece de recovecos ni calles sin salida. Cabe explicar que a lo que
aquí me refiero no tiene nada que ver con la aparente complejidad de su vida
emocional. La viveza de la adolescencia es, en esencia, la erupción del desarrollo
emocional y por tanto prevalece el desequilibrio. Esta situación de
emocionalidad efervescente no tiene base cognitiva, y aunque sí se relacione
con ella, no interfiere en la construcción de un modelo del bien y el mal. En
cambio, la ética y la moral sí son de origen cognitivo (para algunos metacognitivo).
Encuentran su razón de ser en la filosofía y más concretamente en los
pensamientos humanistas, dónde el ser humano es la pieza fundamental de la
existencia. La ética actúa como mapa para la vida. Como catálogo de consulta
para la toma de decisiones. Todos tenemos uno diferente, lo utilicemos a menudo
o no. Y este libro de fórmulas, cuando se es adolescente, tiene muy pocas
páginas. Pero es totalmente operativo. No falta nada imprescindible. Cubre
todas las facetas de la vida, aunque no ahonde en detalles.
Por eso me
gusta tanto hablar y negociar con los adolescentes. Todo es más simple. Todo es
mejor. Al menos mientras no se interaccione con el complicado mundo adulto. Esto
podría resultar paradójico, pues mi función consiste en ayudarles a madurar e
incorporarse a ese mundo adulto. Pero yo veo mucha diferencia entre cooperar
para que reproduzcan modelos que tienen a su alrededor y ayudarles a llegar a
ser mejores personas, aprendiendo, por ejemplo, a consultar su propio cuaderno
de ética (para los que me conocéis, no se trata de un cuaderno real…) antes de
tomar decisiones importantes. O tratar de mejorar su confianza en sus capacidades.
O a pensar estratégicamente. Pero no quiero ayudarles a engrosar su código
ético con adaptaciones para el “mundo real”. No trato de prevenirles de la “gente
mala”. Cada uno tiene su cuaderno y en él escribe lo que le place.
Buenas tardes, he llegado a tu blog a través de un enlace que compartió Victor Rubio en su facebook. No vengo del mundo del bàsket, el mio es la gimnasia pero me resultan interesantes tus reflexiones. Enhorabuena.
ResponderEliminarHola Cristina. Mi intención con el blog es no especializarlo. Yo soy entrenador de baloncesto y es de ahí donde inicio mis reflexiones pero seguro que son aplicables a muchos otros entornos. Gracias por tu comentario.Un saludo.
ResponderEliminar¿Qué es lo que nos corrompe? ¿Por qué dejamos de ser niños? El texto me hace recordar algo que me pregunto bastante a menudo: "¿es mejor ser ingenuo y que te la jueguen de vez en cuando o ir siempre con la guardia alta y desconfiar de todo el mundo?". Para los que pensamos en tener niños algún día, ¿le advierto de los peligros de esa gente mala o debe descubrirlos él mismo?
ResponderEliminar¡Un saludo!