lunes, 30 de septiembre de 2013

"competitividad bien entendida"


No podría concretar el momento exacto en el que cambié mi concepto de la competitividad. Estoy casi seguro de que fue un proceso de unos pocos años durante los que conocí a ciertos entrenadores que captaron mi atención. Sus convicciones y actitudes hicieron que se despertaran las dudas más existenciales que había tenido hasta la fecha: ¿Era yo competitivo? ¿Era un ganador? Estaba claro que ellos lo eran, y además, que solo querían gente con este perfil en sus equipos. 

Ya en mis primeros años de jugador era capaz de hacer este razonamiento: ser un ganador evidentemente debe significar algo más que ser el que gana siempre, porque mi entrenador pierde los mismos partidos que yo y sí es un ganador y nosotros, en cambio, no. La duda me reconcomía. ¿Qué significaría ser un ganador?

Entre otras muchas averiguaciones que tuve que hacer me propuse comparar en qué éramos distintos mi entrenador y yo durante los partidos, y pronto aparecieron las respuestas. Los dos perdíamos, pero él no se conformaba. Su actitud y la mía cuando fallábamos eran muy distintas. Yo me hundía, él explotaba. Yo pensaba en el error y a él se le encendía la pasión. Todo tenía que ver con las expectativas. Aprendí que un ganador debe afrontar los retos convencido de su capacidad para ganar. CONVENCIDO DE SU CAPACIDAD. Y bajo estas circunstancias, la derrota o el fracaso son sensaciones temporales, que como las nubes de la tormenta, terminan pasando y dejando brillar otra vez la clara convicción de que eres capaz de hacer lo que sea necesario para ganar la próxima vez. Así, mi duda quedó resuelta.

Pero mi sinuoso camino por las tierras de la competitividad no había hecho nada más que comenzar. Ya como entrenador me vi en la necesidad de trasmitir la mentalidad competitiva a mis educandos. Nuevos y grandes retos con los que aun hoy sigo lidiando. No se convence a alguien de que sea más competitivo leyéndole la definición de un diccionario. Posiblemente a ser competitivo se aprende chocando con alguien más competitivo que tú. Chocando y quedando enganchado, como me pasó a mí. Pero no quiero ahondar en este punto ahora.

Sí querría extraer una idea de los párrafos anteriores. Los entrenadores a menudo pedimos a los jugadores que se muestren con una mentalidad que no comprenden bien. Y lo peor es que nosotros, no los entrenadores sino los adultos, tampoco. La competitividad es defendida por unos y criticada por otros. En el mundo empresarial y político parece que la competitividad es el mal sistémico que hace emerger la corrupción y los egos. La gente dice de alguien que es competitivo para referirse a él como un trepa. Curiosamente, cuando se quiere especificar que se trata de una persona tenaz y eficiente se utiliza la expresión “competitividad bien entendida”. ¿Qué significa eso exactamente? ¿Es que saben que la otra acepción está equivocada? No lo creo. Más bien parece que se refieren a una competitividad light, baja en agresividad y 0% de materia tramposa. Como si el energúmeno enfurecido fuera demasiado competitivo… pero yo no creo que se pueda ser demasiado competitivo. Y eso es porque mi competitividad se basa en el mérito, no en la estadística.

No se trata de ganar, sino de merecerlo. Se trata de luchar por merecer ganar. Ganar en puntos, en defensa, en actitud y en cada cosa que importe. Consiste además en reconocer que la derrota es justa si tu rival demuestra ser mejor que tú. Y que una derrota justa conlleva el derecho de revancha. En cambio, que una victoria no merecida obliga a llevar el peso de la duda eternamente y sin opción de redimirse.

Y este modelo de competitividad, que hace convivir el cumplimiento de las reglas y la exploración de nuestros límites, puede y debe ser uno de los valores principales que los chicos deportistas pueden transferir a su vida fuera de las pistas. Su rendimiento académico será óptimo cuando no busquen aprobar sino merecer aprobar. Y no exijan cosas en casa que saben que no merecen. Y en el futuro, como trabajadores, compitan por un puesto de trabajo haciendo méritos y no trampas. Yo solo conozco una forma de competir, luchando por ser el que merezca ganar. Porque no estoy hablando de ganar y perder sino de éxitos y fracasos.

Para concluir, y por si aún quedan dudas sobre la gracia de la palabra competir, que escépticos nunca faltan, añadiré que su origen etimológico es latino, competere, y significa textualmente "esforzarse conjuntamente". La competitividad es el motor principal del aprendizaje, pues nos impulsa a querer ser más de lo que somos a través de lo que nos rodea. Tal y como yo lo entiendo, cuando dos equipos compiten, o cuando dos jugadores entrenan juntos, lo que persiguen es el crecimiento personal, el cual solo es completo si se gana y se pierde, y bajo este prisma no cabe el miedo a la derrota.


3 comentarios:

  1. Completamente de acuerdo. Competir no es querer ganar, es estar dispuesto a echar el resto para conseguirlo y, cuando lo consigues, buscar el siguiente escalón.

    La competitividad nace de la insatisfacción, y la insatisfacción es disconformidad. Por eso quien compite nunca se sacia. En el momento que crees que has llegado al límite, tendrás razón. Hasta entonces, si quieres crecer, tienes que competir (y derrotar) a tu yo actual.

    ResponderEliminar
  2. Me han gustado tus reflexiones. Una idea más sobre el tema: competitividad está unida a inconformismo. Cuando no aceptas las cosas como son o como salen y luchas por hacerlo siempre un poco mejor...entonces eres competitivo. Y ese enfoque de la competitividad siempre será positivo,

    ResponderEliminar
  3. Los dos aportes que hacéis son acertadísimos. Ser competitivo es ser inconformista. De alguna manera alguien con este perfil nunca se considerará todo lo competitivo que puede llegar a ser. Es un camino sin final, pero como lo divertido es recorrerlo, eso tampoco importa mucho.

    ResponderEliminar