miércoles, 3 de marzo de 2010

La tarea encomendada. Parte dos.


"Siempre me gustaron los lunes" le dijo Zacarías a su buen amigo Isidoro. "Tienen algo que el resto de los días no te pueden dar."

"¿El qué?, ¿asco?" Preguntó mofándose aquel albino medio calvo mientras subía la apuesta. Añadió: "veo y subo 500".

"No amigo mío. Asco no. Perspectiva" Susurró con voz temblorosa acercando el vaso de whisky a sus labios y mojándoselos con apenas unas gotas. Después dejó el vaso con cuidado y continuó diciendo con algo más de energía: "Es el único día en el que puedes planificarte toda la semana."

Casi con la última palabra en la boca sonó la vieja campanilla de encima de la puerta que avisaba de que algún cliente entraba en la librería. Isidoro alzó la voz para avisar a quien fuera de que ya iba de camino. No era fácil salir de aquella trastienda polvorienta con libros apilados como obstáculos en un circuito. Además, una vez consiguiera pasar el umbral de la puerta que daba a la tienda, todavía tendría que bajar la escalera de caracol de hierro forjado y andar unos doce metros por aquel oscuro pasillo. Demasiado trayecto para recorrerlo con prisa y más aún si, como Zacarias e Isidoro, pasabas de las ochenta primaveras.

El viejo albino anduvo el corredor despacio, cojeando y ayudándose de su antiguo bastón no tanto como un tercer apoyo sino más bien como machete que abre camino en la selva apartando telarañas y más libros apilados en el pasillo. Al fin pudo entrever al trasluz la sinuosa silueta de una mujer elegante. Vestía con pamela y un llamativo conjunto rojo de chaqueta y falda corta. Muy corta, pensó Isidoro. Ahora ya a escasos metros de tan atractiva figura, el octogenario trató de aclararse la voz antes de dirigirse a la dama, pero, quizá por los nervios causados por la inesperada visita o quizá por un descuido esa mañana a la hora poner el fijador de la dentadura, ésta voló en dirección a la distinguida señora al tiempo que ella se giraba hacia el anciano.

Zacarias, todavía en la trastienda, oyó un grito de mujer, un silencio corto, una bofetada y unos mil libros cayendo. Se apresuró a bajar y comprobar qué sucedía. "Eloisa, ¿eres tú?" Preguntó casi con miedo. "Isidoro, ¿qué ha pasado? ¿Estás bien?". Cuando ya andaba por el último escalón, la campanita de la puerta volvió a sonar y después un portazo. Para cuando el anciano llegó a la escena, sólo pudo encontrar a su amigo Isidoro tendido en el suelo, cubierto por libros y con la cara ensangrentada. Tenía una brecha en la frente; se había golpeado con la estantería de libros de bolsillo que había justo a su izquierda.

ZACARIAS "¿Qué ha pasado? ¿Quién era?"
ISIDORO "Era ella, creo"
ZACARIAS "¿Quién, Eloisa?
ISIDORO "No. Ella... y me ha dicho que el guardián del secreto ha caído. Que debemos avisar al resto"
ZACARIAS "Bien. Habrá tiempo. Ahora vamos a curarte esa herida viejo amigo. Levanta"
ISIDORO "¡No, no hay tiempo!. Hay que revelarselo a Marcos. También me ha dicho que el búho va a por él"


Continuará...

1 comentario:

  1. y es que lo emocionante está entre libros llenos de polvo, viejos cuentacuentos y mensajes en clave. ¡Qué bien se lo va a pasar Marcos! un abrazo, pablo

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