domingo, 8 de marzo de 2015

Cuando jugamos mal


Cuando jugamos mal, pensamos demasiado.
Sentimos el peso del corazón bombeando pesimismo.
Nos crecen dudas en los dedos y se anquilosan los hombros.
Las piernas hacen oídos sordos al cerebro, y este,
acaba por bajar los brazos.
Todo tiene prisa.

Cuando jugamos mal, no fallamos por intentarlo.
No discutimos con razones y las excusas se nos atragantan.
No subimos nuestro ánimo forzando la maquinaria
ni derrochamos el esfuerzo que aún queda en los bolsillos.
No jugamos desde los ojos del compañero
porque no esperamos nada mejor de él.

Y el equipo muere, porque jugamos mal.
Pero si el equipo muere, ¿qué nos queda?
¿Solo hombres?
Hombres libres y valientes. Capaces de tomarse un respiro,
dar tres pasos atrás y dejar que el aire hondo
le devuelva un pensamiento: la certeza que tuvo en el pasado
de que estaba preparado.
La firme creencia aprendida de que el trabajo tenía garantías; de que en cada segundo que restaba del partido,
moriría derrochando esfuerzo,
discutiendo con razón y sin excusas,
acallando el pesimismo con sangre renovada en aquella bocanada de aire,
y creyendo que sus compañeros acabarían por sintonizar.

Y el equipo renace, de un solo hombre libre y valiente.
Y vuelve mejor que era, con más experiencia y determinación,
Y las piezas vuelven a encajar, con soldaduras nuevas,
brillantes y resistentes, forjadas a fuego vivo 
cuando jugamos mal.

No hay comentarios:

Publicar un comentario