miércoles, 4 de febrero de 2015

La defensa zonal en formación. Parte I



Antes de entrar en materia he de aclarar a qué me refiero con baloncesto de formación, pues todo lo que aquí expongo se refiere únicamente a este ámbito. Así, yo distingo tres etapas o fases por las que la mayoría de deportistas pasan: iniciación deportiva, etapa de formación específica y deporte de rendimiento. Si bien cada una de ellas tiene unas características diferentes, no existe una frontera diferenciada que las separe en el desarrollo normal del deportista. Realmente se trata de un continuo que avanza desde el descubrimiento y familiarización con las especialidades deportivas hasta la especialización máxima en un entorno de rendimiento. El baloncesto de formación representa la zona intermedia de este continuo y abarca desde que el jugador comienza a percibir el entrenamiento como una oportunidad de mejora (y no solo de disfrute, como ocurre en la iniciación) hasta que decide que el grueso de su formación ha finalizado y se dedica al afinamiento de las capacidades que posee. Algunos jugadores nunca finalizan su fase de formación.

Una zona es una estrategia que se basa en repartir la responsabilidad defensiva entre los jugadores con un criterio de espacios o zonas. Tradicionalmente se entiende como una distribución estratégica de jugadores en unas posiciones más o menos estables y con unas funciones y reglas de movimiento específicas en cada posición. Esto da lugar a los diferentes dibujos como 2-3, 3-2, 1-3-1, etc.

Pero en un análisis más actual, o más práxiológico si se quiere hacer sonar pedante, una defensa en zona puede ser entendida como la distribución de responsabilidades en función de la utilidad del espacio que se ocupa. Y esto hace que el concepto de defensa zonal sea mucho más interesante.

La utilidad de un espacio está definido por muchos factores, algunos estructurales (tamaño, distancias entre jugadores, localización en el campo, tiempo disponible, etc.) y otros funcionales (intención estratégica del ataque, colaboraciones entre compañeros, nivel de riesgo asumible, objetivos defensivos, etc.).

Y lo más importante es que bajo este nuevo prisma, multitud de acciones habituales del juego pasan a regirse por criterios de defensa en zona. Por ejemplo, los balances defensivos; para distribuirse los roles durante un balance los jugadores deben tener en cuenta dónde están ellos en el momento de transición, dónde están sus compañeros y rivales, y cuánto riesgo se puede asumir, entendiendo este como la relación entre lo ofensivos (querer recuperar la pelota) y lo defensivos (proteger la canasta) que se pueden mostrar en la defensa.

Otro ejemplo es la defensa en inferioridad, en la que se vuelven a aplicar criterios en función del espacio ocupado y la intención del ataque. O las primeras, segundas y sucesivas rotaciones de ayuda. O la subida de líneas de pase tras un 2x1. O la defensa del rebote en los tiros libres.

No pretendo con esto cuestionar la nomenclatura usada para calificar si un equipo hace o no defensas zonales. Al fin y al cabo lo único relevante es si defienden todo lo anterior en base a los criterios adecuados.

Pero sí cabe plantearse si, entendiendo la defensa en zona bajo esta mirada constructivista, su trabajo en etapas de formación es necesario. O al menos, útil.

Los prejuicios que se tienen sobre las defensas en zonas en partidos de niños están, a mi entender, totalmente justificados. Y los únicos responsables de esto son los entrenadores desviados del objetivo formativo y ansiosos de obtener un resultado favorable en el marcador. Debemos estar en contra de estos planteamientos que, nuevamente según mi punto de vista, no erran en la elección de una estrategia defensiva como la zona sino en una omisión de aspectos anteriores a la estrategia, como son la actitud defensiva, el espíritu de sacrificio, la mentalidad competitiva de forzar el error, el amor por la técnica, y otros más bohemios, si cabe.

No nos engañemos, cuando un equipo de cadete preferente se refugia en una zona cerrada y pasiva, lo que falla no es la elección entre 2-3, 3-2 o individual. Esta última la harían igual de cerrados y pasivos que las dos primeras. Lo que falla es el paradigma deportivo. No se asumen retos ambiciosos sino que se escuda en las debilidades del rival. Ni siquiera las ataca.

Paradójicamente, en el caso contrario, aquellos equipos que defienden habitualmente en hombre, a toda la pista, presionando y forzando el error, cuando pasan a defender en zona no suelen ser capaces de mantener estos principios fundamentales de actitud defensiva anteriores a la estrategia. En el subconsciente colectivo se ha instaurado la idea de que una defensa en zona es menos activa que una individual. Pero no tiene porqué ser así. Se puede, y de hecho hay algún equipo por ahí que lo hace, plantear una defensa agresiva, que ataque al balón, que cierre líneas de pase y que salte al 2x1 en la primera media pista y que se distribuyan según un criterio de zonas y no de cada uno a uno.

De todas formas, si atendemos a otros criterios y no solo al praxiológico (lógica interna del deporte), como el pedagógico, veremos que en las primeras etapas es recomendable iniciar la defensa en individual. Hasta los 12 o 13 años los niños no han madurado lo suficiente como para manejar la complejidad estratégica del control del riesgo, la orientación espacio-temporal, o la semiótica de los movimientos del resto de jugadores. Una distribución de responsabilidades individual (en la que cada defensa se empareja con un atacante) es mucho más intuitiva y fácil de procesar. Será con esta defensa con la que se inicie el periodo de formación específica, y será con esta con la que se adquieran esos contenidos actitudinales mencionados que luego implementarán en las diferentes estrategias defensivas que aprendan.

Por el mismo criterio anterior, aspectos como la defensa del balance o las rotaciones en ayudas, con niños de menos de 13 años, no deberán estar organizadas en base a criterios complejos. Nuevamente los entrenadores hemos de huir del resultadismo y ser pacientes con la mejora de estas partes del juego. Distribuir roles fijos en un balance vuelve a ser un atajo para hacer rendir a quien no está preparado para ello.



FIN PARTE I

2 comentarios:

  1. Ni quito ni pongo una coma.

    Esta reflexión la veo como una arista de ese debate (circular) de los entrenadores, responsables deportivos (por permitirlo) y padres (ganadores ¿?) que quieren que sus equipos ganen para que sus hijos / jugadores sean felices y no cambien al club del pueblo de al lado porque alli juegan en autonómico.

    Has puesto la zona como recurso... el no botar la pelota con la mano menos habil, pero aprender a señalar cuernos, camiseta o pantalón es otro claro ejemplo.

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  2. Buenas noches! desde Uruguay te hago la consulta del autor del articulo, ya que quisiera exponer unas ideas que he leido aqui para la Monografia que estoy realizando para mi curso de nivel Superior. mucgas gracias, Agustin Iglesias

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