jueves, 27 de agosto de 2015

Kids are awesome




Es complicado ofrecer esta reflexión con el enfoque que pretendo sin ser malinterpretada mi intención. Soy entrenador de baloncesto formativo, soy maestro y soy aficionado a la lectura sobre pedagogía y didáctica. Con todo esto quiero decir que sí; que conozco las implicaciones éticas que conlleva la explotación deportiva infantil y en la mayoría de los casos me horrorizan igual que a vosotros. Pero mi reflexión al ver este vídeo, al verlo por primera vez, no estaba centrada en este ámbito moral. Y por tanto, no pretendo aquí desencadenar una discusión al respecto.

La idea de la que os hablo es más rara. Seguramente los expertos la situarían en la sección de biología, o de antropología, o en la papelera directamente. Se trata del cerebro, de la infancia y de la educación en el futuro. Pero no en un futuro cercano. Me refiero a dentro de tantos años que somos incapaces de imaginar los hábitos diarios de su gente. Sin trabajos como los de ahora. Ni comercio. Ni ladrillo. Una era en la que ya lo sepamos todo o casi todo sobre el cerebro, y por ende, sobre nosotros mismos. Donde sus habitantes duden entre reír o llorar al pensar lo poco aprovechada que estaba la edad de la niñez en nuestros tiempos actuales. Lo infravalorada que era y lo poco que explotábamos su sensibilidad para el aprendizaje. Y lo ciegos que éramos los adultos al dirigir la educación hacia el academicismo. Hacia el cumplimiento de unas reglas no basadas en la razón y la empatía, sino en la perpetuación de un estado social putrefacto.

Pero no es social el avance del que os hablo. En ese tiempo futuro en el que ya todo se sepa sobre la niñez y sus misterios, no habremos evolucionado socialmente, sino como especie. No serán unos pocos niños excepcionales los que dominarán su cuerpo, el arte, las letras y los números hasta niveles de genialidad. Serán todos y cada uno, educados libres y siendo lo que genéticamente podemos llegar a ser como humanos.

jueves, 6 de agosto de 2015

Entrenar los detalles



Hace poco leí un artículo acerca de un estudio realizado con el fin de comprobar si existía una correlación entre lo que la gente cree que sabe y lo que en realidad sabe. Es decir, si la sensación de competencia está ligada a la propia competencia. Las conclusiones del estudio, aunque bajo mi punto de vista estaban excesivamente generalizadas, venían a decir que cuanto más expertos somos en una materia más tendemos a ser prudentes a la hora de mostrar nuestros conocimientos; y por el contrario, cuanto menos sabemos de algo más nos atrevemos a dárnoslas de listo.

Puede que estés pensando que no es un gran descubrimiento. El solo sé que no sé nada nos acompaña desde los tiempos socráticos y la ignorancia hace la felicidad parece la máxima que paradójicamente nos venden en los actuales medios de comunicación. Pero no es de la parte filosófica de la que quiero escribir (sin que sirva de precedente). Quiero hablar de los detalles en el juego. De esos que los entrenadores solemos hablar cuando interrumpimos ejercicios de juego fluido y os cortamos el rollo; de esos que corregimos poniéndonos en medio del campo haciendo el ridículo y posando como si nosotros sí supiéramos hacerlo; de esos que muy pocos jugadores parecen valorar en su justa medida.

Como es habitual en mis entradas, a mitad de ellas debo preguntarme algo. En este caso es evidente qué pregunta hay que hacer: ¿qué son los detalles en el juego? Y como también es habitual no tengo una respuesta clara a esa pregunta. Tengo algo diferente: una metáfora. O una comparación, o simil, o como se llame.

Cada gesto técnico, cada táctica, incluso cada emoción asociada al juego son como estructuras fractales. Lo primero que percibes de ellos es una forma general. Cuando quieres acercarte un poco más y empezar a ver cómo están formados te das cuenta de que hay mucho más. Entre cada dos puntos que antes creías continuos ahora no solo hay un espacio infinito entre ellos sino que, además, esconden miles de otros puntos que están igualmente a infinita distancia unos de otros. Esos son los detalles. Y por eso nunca se acaban. Cuantos más conoces, más aparecen nuevos. El conocimiento es fractal.

Entrenar de forma individual ayuda a apreciar esto. Con el equipo no hay tiempo para reflexionar sobre estos aspectos. Ya sea por la presión social o porque otros objetivos más cortoplacistas invaden el subconsciente, los pocos jugadores que han llegado a comprender y valorar esta situación son los que están habituados a entrenar solos. Y esto se nota en cada ejecución que hacen, en cada cara que ponen y sobretodo en su amor incondicional al juego. Y por incondicional quiero decir que saben anteponerlo a cualquier otra memez de las que distraen a los deportistas no tan grandes. El conocimiento del juego en profundidad es una tarea tan absorbente y gratificante que si la desempeñas, no necesitas ninguna otra con la que motivarte ni a nadie que te dé palmaditas en la espalda.

Os deseo a todos los jugadores que me estáis leyendo que encontréis vuestros detalles. Aquellos que más os seduzcan. Y que le deis al zoom para multiplicar la diversión. Justo como en este conjunto de Mandelbrot: