sábado, 16 de mayo de 2015

Entrenadores que forman



La mayoría de jugadores profesionales, así como algunos que no lo son pero que se sienten como tal, saben perfectamente que nadie ha recorrido su camino por ellos. Algunos de estos pasos fueron hacia adelante y otros, aparentemente, hacia atrás; pero todos son sentidos como mérito propio y causa del éxito actual.

No obstante, los mismos jugadores también saben que hubiera sido imposible caminar solos. El deporte, y de forma más amplia el juego, son hechos sociales que exigen, por definición, interactuar con otros. Competir, en su lengua madre significa esforzarse juntos; y aunque parece evidente que con ese "juntos" se refiere a los rivales, también podría ser extensible a los compañeros y a todos aquellos que rodean el hecho deportivo. De entre todos, ahora me quiero fijar en aquellos que acompañan al deportista preparándolo día a día, vestidos de corto, planificando el siguiente paso, metiéndose en su cabeza y poniéndose, en definitiva, a su servicio: los entrenadores de formación; los entrenadores que forman.

El entrenador de categorías inferiores no es, necesariamente, un entrenador de formación. Tampoco el que dirige el primer equipo del club y hace debutar al joven talentoso. Ni el entrenador personal, ni el de tecnificación, ni el preparador físico, ni el psicólogo, ni el entrenador-amigo. Ninguno de ellos tiene porqué ser un entrenador de formación y todos pueden serlo. Y no me estoy refiriendo a que haya buenos y malos. No tiene que ver con su nivel. El entrenador de formación, según mi manera de verlo, es aquel que consigue influir de forma determinante en el carácter de sus deportistas y el que enseña a comprender el mundo del baloncesto y a aprender a jugar mejor.

Entrenadores de formación son todos aquellos que trabajan de forma efectiva junto al jugador en la creación de una mentalidad fuerte y bien enfocada. Puede que además enseñen otras cosas, como técnicas o tácticas, o que ayuden a potenciar el físico, o a mejorar la coordinación... pero todas ellas son meras herramientas al servicio de ese gran objetivo. Al menos, para un entrenador de formación.



miércoles, 6 de mayo de 2015

Esos locos bajitos... del minibasket

Está cerca de concluir la temporada y poco a poco voy poniendo final a las diferentes labores que he hecho este año. Entre ellas, hoy os quiero hablar de mi vuelta al Minibasket. Hacía más de doce años que no entrenaba a un equipo benjamín o alevín, y esta temporada he tenido dos, tres y hasta cuatro tazas. No os voy a engañar diciendo que ha sido duro y agotador. La verdad es que sí ha sido exigente, pero a la vez divertidísimo y revitalizante. Quiero compartir con vosotros dos de las muchas cosas que he aprendido de mis valientes.

La primera ha sido más bien la corroboración de una idea que siempre me ha rondado la cabeza. La puedo resumir en esta frase: Aquellos que desconocen algo todavía tienen la impagable oportunidad de disfrutar de su descubrimiento.

Y es que no creo que haya muchas mejores sensaciones en esta vida que las que provoca aprender algo por uno mismo. Descubrir una nueva forma de solucionar un problema, encontrar un camino más fácil, o más bonito, o más personal.

Si el baremo que utilizamos para medir el éxito de nuestros jugadores es el mérito que tienen sus avances y no el producto final que obtienen, lo que por otra parte no concibo de otra manera, entonces descubrir algo nuevo debería ser lo máximo. Cuando un niño aprende por sí solo -aunque guiado por su entrenador- que para proteger la pelota es necesario botar con la mano más alejada del defensor, ese niño no solo merece un sobresaliente en nuestra evaluación, sino que ni siquiera necesita nuestro reconocimiento, pues el refuerzo positivo que genera su propia satisfacción al encontrarse avanzando en la dirección correcta es más que suficiente.

Ha sido un año lleno de esas caras de éxito, pero no desde el principio. He tenido que aprender a individualizar los retos (más aún los de habilidad) y esforzarme por conseguir que cada niño, cada día, tuviera esta sensación al menos una vez. Este es el virus del baloncesto del que tantos entrenadores hablan. Esa felicidad ante el nuevo hallazgo y la sensación de competencia son los factores que vuelven adictivo este juego.

El segundo asunto que he aprendido sobre el baloncesto de iniciación es que, en realidad, no debería existir tal cosa. Y me explico: iniciación es un concepto que asume un inicio, un tiempo cero, donde todos los valores son iguales a cero. Y tal y como yo entiendo el baloncesto –como un juego antes que un deporte- me resulta evidente que los niños nunca parten de cero. Es más, suelen darnos sopas con honda. Así, la iniciación al baloncesto debería ser más bien la transformación del juego natural del niño en un escenario más o menos delimitado y que se dirige progresivamente hacia las reglas del juego adulto, sus tácticas y estrategias, valores y roles, etc. Pero sin ninguna prisa. No queriendo dejar atrás los instintos lúdicos, incluso festivos, con los que los niños abordan los entrenamientos y partidos. Dejándoles jugar y dándole más valor a la riqueza global de la actividad que a la similitud con el baloncesto de la tele.

Quizá sea cuestión de personalidades, y cada entrenador tiene la suya, pero yo no me veo como aquel osado que llega a un grupo de niños de ocho y nueve años a decirles cómo se debe jugar. No creo que yo sea el portador de la verdad y ellos ilusos ignorantes. A menudo dedico la mitad del tiempo de entrenamiento a dejarles jugar con todo el material que saco, de forma libre, observándolos y solo acercándome a ellos cuando creo que tengo una buena idea para hacer su juego improvisado un poquito más divertido.

Como he dicho al comienzo, hacía mucho que no entrenaba Minibasket y, aunque me sigo sintiendo más un entrenador de formación orientado al rendimiento, este paso que en algún momento me pareció dar hacia atrás, me ha dado un impulso que quiero aprovechar. Gracias de corazón a los más de treinta minis con los que he compartido el año: soy mejor entrenador que antes por vosotros.