viernes, 1 de agosto de 2014

Retorciendo obviedades I


La táctica surge de forma natural y progresiva en los jugadores cuando la técnica tiene problemas para ser ejecutada conforme al patrón de movimiento aprendido. Si excluimos al entrenador y su planificación y nos centramos en el propio juego, nos damos cuenta de que son las dificultades que encuentra lo que conduce al jugador a plantearse cómo adaptarse y, por tanto, a desarrollar un pensamiento estratégico.
Por ejemplo, las entradas a canasta; mientras la situación de juego permita al niño ir a anotar y dar los dos pasos en línea, con el pie que toca y al ritmo que controla, no existirá táctica para ese contenido, más allá de la reconocer la situación como propicia. A medida que el juego global aumente de dificultad, las posibilidades de realizar esa acción disminuirán y el jugador tendrá tres opciones. La primera es seguir haciendo lo mismo, pero esta vez chocando contra defensores y perdiendo efectividad. La segunda también es seguir haciendo lo mismo, pero reduciendo el número de veces. En este caso, el jugador decide correctamente cuándo sí y cuándo no hacer el movimiento aprendido, pero a costa de reducir el número de síes. La tercera es adaptar el movimiento a la nueva situación manteniendo la intención. Esto requiere de un nuevo patrón motriz, pero eso es lo de menos. Si las habilidades básicas están desarrolladas, el jugador por si mismo debe poder ejecutar el nuevo movimiento. La cuestión importante es si tiene el hábito de querer adaptarse. Para reajustar un movimiento manteniendo la intención final de este es necesario que se conozca dicha intención, y además, que se sea flexible en su interpretación. También, la capacidad de autoevaluación y la creatividad serán determinantes. Así mismo las capacidades perceptivas. Por tanto, esta es la opción más exigente. Nuestro deber como educadores es orientar a los jugadores hacia ella, proporcionar los entornos necesarios y los grados de ayuda oportunos.