lunes, 29 de abril de 2013

Con los años nos hacemos más feos


Pues eso, que para mí que lo simple y preciso es bello y lo complicado es fealdad pura y dura, con los años nos hacemos más feos. Cuanto más niño eres, más simples son tus valores, y por eso es más fácil sentirse bien con lo que se hace. Cuando nos hacemos mayores, las opciones se multiplican y las posibilidades de chocar con nuestros propios principios nos hacen sopesar, reconsiderar y hasta recular. Hace poco yo consideraba estos verbos virtudes. Últimamente no tanto.

Cuando estoy entre adolescentes me doy cuenta de que la ética sobre su realidad es bastante simple. Carece de recovecos ni calles sin salida. Cabe explicar que a lo que aquí me refiero no tiene nada que ver con la aparente complejidad de su vida emocional. La viveza de la adolescencia es, en esencia, la erupción del desarrollo emocional y por tanto prevalece el desequilibrio. Esta situación de emocionalidad efervescente no tiene base cognitiva, y aunque sí se relacione con ella, no interfiere en la construcción de un modelo del bien y el mal. En cambio, la ética y la moral sí son de origen cognitivo (para algunos metacognitivo). Encuentran su razón de ser en la filosofía y más concretamente en los pensamientos humanistas, dónde el ser humano es la pieza fundamental de la existencia. La ética actúa como mapa para la vida. Como catálogo de consulta para la toma de decisiones. Todos tenemos uno diferente, lo utilicemos a menudo o no. Y este libro de fórmulas, cuando se es adolescente, tiene muy pocas páginas. Pero es totalmente operativo. No falta nada imprescindible. Cubre todas las facetas de la vida, aunque no ahonde en detalles.

Por eso me gusta tanto hablar y negociar con los adolescentes. Todo es más simple. Todo es mejor. Al menos mientras no se interaccione con el complicado mundo adulto. Esto podría resultar paradójico, pues mi función consiste en ayudarles a madurar e incorporarse a ese mundo adulto. Pero yo veo mucha diferencia entre cooperar para que reproduzcan modelos que tienen a su alrededor y ayudarles a llegar a ser mejores personas, aprendiendo, por ejemplo, a consultar su propio cuaderno de ética (para los que me conocéis, no se trata de un cuaderno real…) antes de tomar decisiones importantes. O tratar de mejorar su confianza en sus capacidades. O a pensar estratégicamente. Pero no quiero ayudarles a engrosar su código ético con adaptaciones para el “mundo real”. No trato de prevenirles de la “gente mala”. Cada uno tiene su cuaderno y en él escribe lo que le place.